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Arturo Checa

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El pitbull que no quiso pelear

Este post sólo lucirá una foto. Porque no hacen falta más. Porque con mirar a los ojos de Yak es suficiente. Porque su mirada lo dice todo. Porque con esos simples ojos grita, muerde, brama contra la brutalidad de la raza humana. Contra los cientos de miles de abandonos de perros que se producen cada día en España. Unos 200 cada día. Ocho de los llamados ‘mejores amigos del hombre’, aunque el hombre los azote, queme, insulte, grite y pisotee, ocho se quedan sin hogar, sin un cuenco de comida, sin una mano amiga cada día.

A Yak esa brutalidad casi le cuesta la vida. Apareció con la espalda partida en Carlet. Abandonado a su suerte, con la columna vertebral tronchada, apaleada por un ‘pecado’. Negarse a pelear. Negarse a ser sparring o verdugo de otros de los de su especie. Negarse a hacer gala de eso que muchos mal llaman “fiereza” de los perros de presa. Negarse a hinchar las cuentas corrientes de las muchas mafias que se llenan los bolsillos con las peleas de perros mientras el Gobierno mira para otro lado y no legisla para endurecer las penas contra estos malnacidos.

Yak, simple y llanamente, es un pitbull que se negó a pelear. Y sus inhumanos negreros lo pagaron con él a golpes y lo abandonaron en un paraje de Carlet. Allí lo encontraron tumbado, hecho un amasijo de suciedad y con las piernas absolutamente inertes. Y con sus ojillos tiernos mirando a sus salvadores. Incapaz de morder. De defenderse. Siendo un perro antes que uno de esos mal llamados “de presa”. Listo para dar amor al hombre. Como un buen perro.

Su historia no sólo es la prueba de que la leyenda negra de los perros de presa no es más que eso: una leyenda tan negra como incorrecta. Que no hay mejor dicho que aquel de ‘todos los perros se parecen a su amo’. Que los perros de presa atacan, enloquecen y se vuelven violentos porque sus dueños atacan a sus iguales a diario, enloquecen en la sociedad y viven su existencia con violencia. Y los perros, como los niños, imitan lo que ven.

Pero hoy Yak es todo ternura. Quitando algún problema de conducta con otros perros (lógico en cualquier animal que ha pasado por una de estas experiencias), el pitbull de ojos calmos se vuelca ahora con los que se han volcado con él. Empezando por Cristina, la voluntaria de la ong canina Huellas Callejeras de Chiva que se ha volcado por devolver a Yak la alegría. La vida, en una palabra. Porque ella se ha encargado de dar difusión nacional a la historia de Yak. Porque ella se ha encargado de mover en las redes sociales lo ocurrido con ‘su niño’ y de pedir justicia para los autores de inhumanidades como esta, con una campaña de recogida de firmas en internet que ya va camino de los 6.000 apoyos. Ella ha sido el alma de la campaña de solidaridad que se ha extendido por toda la Comunitat Valenciana y España para recaudar fondos para el cuidado de Yak, para lograr cientos de euros para sufragar la operación que reconstruyó los maltrechos huesos del perro, que hizo posible que hoy camine feliz gracias a unas ruedas sobre las que apoya sus patas traseras. Cristina ha sido la encargada de recaudar donativos para vacunar, alimentar, cuidar y sacar adelante a Yak (a través de la cuenta Bankia 2038 6046 42 3000524952), el hada madrina a la que no le han importado desvelos para lograr que Yak tenga un hogar y unos amos dignos de su grandeza canina.

Por eso la historia de Yak es tan grande. Por eso sus ojos y su lucha encierran tanto mensaje. Porque es una formidable prueba del poder del alma canina sobre los genes, del poder que el amor hacia los demás tiene y de como este es capaz de vencer hasta esa genética que puede empujar a los perros de presa a pelear. Es grande porque demuestra también el desbordado amor que muchos sienten (o sentimos) por los animales, las desmedidas y desinteresadas demostraciones que muchos humanos no dudan en hacer por esos impagables amigos peludos. Por la grandeza de los perros. Por la grandeza de los seres humanos con tantísima humanidad.

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