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Carlos Pajuelo

Pajuelo: la chispa

DELIBES Y PLA

(Crónicas mínimas veraniegas y IV)

Yo estoy muy lejos de los autores Delibes y Pla y ya quisiera estar más cerca, pero la realidad se impone.

Lo único que tengo claro de ellos es que escribían lo que veían y lo contaban de forma que se entendiera y en el lenguaje más ajustado posible a esa necesidad de ser entendidos, sin por ello disminuir la riqueza del lenguaje español que, por cierto, se recuerda que es muy amplio.

Esta especie de aclaración-declaración viene a cuento de que en habiendo leído mis 3 últimas crónicas mínimas veraniegas y esta sería la IV y, por cierto, última, en ese camino de contar lo que experimento me doy cuenta, es más estoy seguro que no interesan demasiado a la mayoría del respetable, porque eso le sucede a cualquiera así que me he propuesto contar otras cosas. ¿Qué cosas? No tengo idea ahora mismo.

Había bajado-del bus – lo explico como una especie de recuerdo como se hacía o se hace en algunas series para retomar desde lo último y así entrar en materia- y chocado con la muralla del calor húmedo de “Valencia ciudad de las flores” y la nauseabunda fetidez de las alcantarillas, que no ven el agua salvo cuando una torrentera caída del santo cielo parece que anuncia el final del siglo, me dirijo a buscar mis libros veraniegos.

Ya he dicho que siendo verano aparto un poco de mi el cáliz de la política, aunque no nos deje ella a nosotros. Me paso a la novela negra y algún libro de culto como podría ser el caso de la biografía, antigua pero válida, de María Zambrano.

Busco y encuentro. Regreso a casa por el mismo sistema público de transporte y me encuentro con una bronca de tres pares de (aquí pongan ustedes lo que quieran…pero era importante).

Observo que un sujeto de mi edad, pantalón corto azulino y camisa roja con cuello vuelto blanco(un detalle para el aficionado a la moda veraniega) está llamando sinvergüenza a al conductor del autobús que se hace el sueco- afortunadamente- y al tiempo de gritar como un poseso, se lanza a abrir los ventanucos superiores que hay encima- de ahí lo de superiores ,perdón por la obviedad- para que corra el aire, según él, porque el que se hace el sueco-el conductor- no había puesto el aire acondicionado que tantas delicias y constipados produce en los pasajeros.

El sujeto, solido de hechuras, algunos dirían gordo y otros más precisos y formados llamaría obeso- de vez en cuando se dirigía a su acompañante, su esposa debía ser, enjuta de carnes, de labios fruncidos y en silencio sacerdotal, como diciendo: “Te das cuenta. Tengo que intervenir obligatoriamente”.

Se veía, digo yo, como el vengador de la línea 93, que era el caso.

Cuando había abierto todos los ventanucos ante la expectación general y silenciosa y antes de sentarse, observa a un señor panti corto también con gafas oscuras, que no se sabe muy bien a quien o donde mira, qué permanecía en el pasillo junto a un niño pequeño que viajaba sentado y sin darse a Dios o al diablo el sólido, de jersey rojo con cuello blanco, se dirige a él y le espeta, sin intervención del otro, diciéndole:

“Eses niño no puede estar sentado ahí. No ha pagado el billete y no tiene derecho a estar sentado”

El de gafas entra en juego y sin quitárselas parece mirarle y dice: ¿Y eso quien lo dice”.

Ostras qué momento de tensión.

Todos silenciosos y expectantes estábamos allí a ver si se liaba y nos daban gratis el espectáculo del día y así como yo lo cuento aquí otros lo estarán contando en la playa, en casa o en la oficina-! Quién sabe!

“Lo digo yo”- se crece el del pantalón azulino y tras decirlo mira a su enjuta supuesta esposa, cada vez más hundida en el asiento- como diciéndolo sin decir. “Lo ves. Ese es tu marido” refiriéndose a si mismo como el dueño del gallinero.

El bus sigue su marcha y el, que se hace el sueco sigue en Suecia, afortunadamente, digo yo.

¿Tú y quien eres tú? replica el de las gafas, con cierta serenidad.

El tuteo ha saltado la barrera antigua del usted.

Hay un momento de expectación general por saber quién era él, pero él se queda callado, sorprendido, como si no supiera quién era él…que podría ser lo más probable.

Yo…yo- balbucea y ahí ha perdido la partida.

El otro aprovecha el desmarque y le dice:

“Qué ¿Buscas, quieres, fiesta? y en ese momento el bus llega a una parada y! ostras! vemos todos que se bajan los contendientes en la misma con el niño, la enjuta, el sólido y el de gafas y cuando ya esperábamos la mundial cada uno se va por un lado, el conductor que se sigue haciendo el sueco, ni caso todos nos miramos, unas sonrisas y un! ay! general inunda el vehículo.

Ha sido un frenazo a modo, brutal, porque uno de esos repartidores explotados por las multinacionales se le cruza con la bici al del bus que deja de hacerse el sueco y parece acordarse de la mama del que monta el velocípedo y por fin llego a casa incólume.

Estoy leyendo, al fresco, con las persianas a media asta, aislado del mundanal ruido y tomándome una tónica con mucho estilo… copiado de la tele.

Como eso es el cuento del verano y estas las mismas cosas que, a lo mejor, solo me interesan a mí, termino, que también por eso, se llaman mínimas las crónicas y a otra cosa mariposa según el dicho popular.

¿Y si me dedico a poner párrafos de alguna novela mía y así se enteran? No sé. Ya diré algo. De momento cuidado con el calor. Muy buenas.

 

 

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Por Carlos Pajuelo

Sobre el autor

Profesor emérito Universidad, escritor , publicitario y periodista. Bastante respetuoso con los otros. Noto la muy mayoría de edad física. Siempre me acuerdo de aquello de "las horas hieren y la última mata" y para aquel que trate de averiguar que significa esto ; cada uno que crea y piense lo que quiera


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