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Jesús Trelis

Historias con Delantal

Y el mejor libro de gastronomía es…

#SiempreEsElDíaDelLibro

¿Cuál es el mejor libro de gastronomía para ti?

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La pregunta me la lanzó un amigo, también espía, llamado Antonio Llorens desde Alicante. Me llenó de dudas y, posiblemente, al tiempo despertó en mí la búsqueda de verdades. O de verdades imaginadas. Fábulas. Me subí a la estantería de casa y desde allí dejé  libres mis fantasías. “¡Corred, corred!”, les grité. “Buscad el mejor libro de gastronomía de todos los tiempos“, les ordené. Ellas, las fantasías, emprendieron el vuelo y recorrieron decenas, centenares, miles de estanterías, de libros, de historias…

→ Se adentraron en LA BRUMA de Quique Dacosta

…se pasearon entre exultantes CARNES ROJAS por el Templo de Askua, 

saludaron un adorable ARROZ AL HORNO en casa de mi Hada Madrina Preferida…. Y, entre un sinfín de fantasías, al final, vimos la luz….

Un farolillo perdido entre los colores de la imaginaciñin iluminó la respuesta a tan incisiva pregunta.

Para conocer cuál es el mejor libro de gastronomía hay que viajar a

EL ESTÓMAGO DE ALEJANDRO DUMAS

 Archivo LP

Regresaba con el delantal volador a mi casa en El País de las Gastrosofías pensando en lo que me había contado Ricardo Gadea tras encontrarme con él en Askua. “Tienes que leerte Plataforma, de Michel Houellebecq“, aseveró. “Me ha hecho llorar”, sentenció. A mí, Houellebecq me conmueve. Las partículas elementales  me fascinaron. Y sus poemas me atrapan. Me desgarran. De alguna manera, veo en él como una continuidad astral de Charles Bukowski. No sé por qué, pero en el fondo me alineo con facilidad con los malditos. Será que me fascina el steak tartar. Carne cruda

La lámpara explota a cámara lenta
En el crepúsculo de los cuerpos,
Veo su filamento ennegrecido:
¿Dónde está la vida? ¿Dónde la muerte?
Michel Houellebecq. Poesía.
Editorial Anagrama

Detalles de varios graffitis de calles de Valencia

En mis conversaciones con Ricardo (el domingo 26 de abril, Historias Con Delantal en Las Provincias Papel descubre su historia: Un gentleman en la sala), me confesó que, de los libros de juventud, se quedaría con El Conde de Montecristo.” ¿Quién no?”, pensé. Aunque removiendo mi pasado, me di cuenta que quizá de Alejandro Dumas el libro que más me fascinó fue Los Tres Mosqueteros. Posiblemente porque, como aprendiz de superagente del País de las Gastrosofías, ya soñaba con aventuras intrépidas. Soñaba con ser D’Artagnan.

Ilustración del archivo de Las Provincias

Pensando con todo esto, me imaginé sentado en una de esa tabernas de las que ya pocas quedan con mi jarra de vino de la casa, un buen queso de esos digno de alabanza (quiza alguno de La Rueda) y buenos trozos de carne a la brasa. Como los que sirve Ricardo Gadea en Askua. ¡Vaca, vaca, vaca!

Fotografía cortesía de Askua

Soñando con libros, llegué a mi refugio en el País de las Gastrosofías. Una casa danzante y cambiante alrededor de una cocina inmensa y al tiempo diminuta, humilde y a la vez palaciega, sobre la que rondan siempre las fantasías más diversas. Quizás perversas, dulces, eróticas… acaso pretenciosas. Ocurrió que al cruzar el umbral, vi la sombra de un tipo que aparentaba ser mozuelo, encenderse un pitillo en la llama de un farolillo que siempre te da la bienvenida cuando llegas a mi guarida.

“Soy la reencarnación de Alejandro Dumas”, me soltó, poniendo en total excitación las pocas neuronas que me quedan en el estante de la imaginación. “Por fin tengo un historión navegando a la deriva en mi cabeza de melón”, le solté. Él se río a carcajadas. “¡No será para tanto! ¿un historión? No eres tú poco ingenuo”, me espetó intentando frenar mis expectativas. Me dijo entonces que traía en su zurrón, para seguir con la tradición, su Diccionario de Cocina (Editorial Gadir, 14.50 euros para los amigos :-)). “Toma, mi regalo del Siempre es el Día del Libro. A ver si aprendes algo de verdad y te deja de tanta floritura y tontería…. De tanta… sirena con lencería* 😈 ”


*SIRENA CON LENCERÍA FINA…  Fue verle llegar a ella, tan exquisita y hermosa, y los resquicios del chile desaparecieron. Mis ojos se salían. Mi corazón empezó a latir acelerado. La sirena reposaba ante mí con todo su esplendor. Me di cuenta de inmediato que tras ella había una estrella… Y con delicadeza fui desnudándola con mi boca“.

(Sobre el tartar de bonito con aguacate de Canalla Bistro.
Escrito en Las canalladas de Camarena).

 

Me gustó su franqueza. “Siéntese”, le rogé. Le dije a mi chistera de imposibles que nos sirviera una de las rosas del gran maestro de las fábulas, por eso de seguir con la tradición. Un libro, una rosa… “Ya sabrá, querido Dumas, que Quique Dacosta hace de cada uno de sus platos una fábula”, le expliqué. Él me miró con asombro.

Me insulta, Cooking, por supuesto. Pero si además, usted escribe sobre él, día sí y día también”, me hizo ver. Le justifiqué que era una cuestión de coherencia, de pasión, de devoción… “Estuve estos días en El  Poblet con mi hada madrina preferida, una de esas que vale la pena secuestrar de tanto en tanto”, le expliqué. “Disfrute como… como un bribón”, le confesé. Y le fuí enumerando algunos platos que con total entrega me fui devorando aquella noche junto a mi hada… ( Conocí con emoción al nuevo chef del lugar, Luis Valls, un día hablaremos de él y con él).

“Paseamos por el menú de Hisricos

…por su bosque animado, por ese nido del que salen golondrinas, por su cubalibre de foie… por la magia”, le fui contando

 

Menú Históricos El Poblet Restaurante  | 
Valencia. C/ Correos n8, planta 1  | 961 111 106
 

“Fue espectacular ver llegar LA BRUMA“, le expliqué al célebre escritor de Le France. Y es cierto, porque ver brotar de ella un profundo mar de humo, me sobrecogió. El espectáculo culinaro en toda su dimensión. “¡Cuántas historias se pueden escribir allí dentro!”, me dije. “¿En la bruma?”, me preguntó. Me lancé a por el libro de Quique Dacosta UNIVERSOS (Editorial Motangud) para mostrarle su cocina, y le hablé de 3 su última creación (Editorial Grijalbo) … “Aún lo tengo por comprar… a ver si pronto…”, le puntualicé.

Alejandro Dumas me hizo callar viendo aquel espectáculo. Viendo la bruma… “Afilemos los floretes, le reto… cuénteme qué historia observa en ese plato”, me soltó a bocajarro. No osé, evidentemente.Pardieu, monsieur, nunca me retaría con usted”, le confesé. Sin embargo, no pude evitar la tentación de meterme allí dentro, saltar hasta el plato, imaginar… Cooking entre la bruma de Quique Dacosta, convertido en d’Artagnan…  “¿Estaré enloqueciendo?”, me pregunté.

Foto promocional de la película de Stephen Herek (1993)

Me imaginé paseando por las tinieblas como quien pasea por un paraíso al amanecer tomado por el rocío y las penumbras. E imaginé una gran flor que saltaba sobre mí y me decía: “¿Dónde vas Cooking? ¿Pretendes comerte también las flores? Maldito glotón”, me dijo con cierto tono desafiante. Comerse las flores era ya cosa habitual. No es pecado. (Si mi padre me viera devorándolas me hubiera dicho que soy como una cabra cuando se van a pastar). Le dije que son pequeños manjares si se saben utilizar. Y recordé algunos platos celestiales repletos de rosas, pensamientos, quizás azahares… Primavera gastronómica.

Este ceviche valenciano y floreado de Bern H. Knöller, por ejemplo…

 

 …o esta primavera  llena de cítricos de El Poblet, que crea su nuevo cocinero Luis Valls de manera magistral.

“Se le está yendo la cabeza, querido Cooking”, me dijo mi reinventado Alejandro Dumas rescatándome de la bruma. “El estómago le maneja a su azar. Si se da cuenta, es él quien domina al cuerpo. En su caso, de manera avasalladora”, me espetó. Entonces, me releyó algunas de las reflexiones de su libro, de su Diccionario de Cocina: “El hombre recibió de su estómago, al nacer, la orden de comer al menos tres veces al día, para recuperar las fuerzas que le quitan el trabajo y, aún más a menudo, la pereza”.  Me quedé pensando con ello. Con el Estómago. Los estómagos. Y entonces me di cuenta que el mío era más bien malcriado. Que a base de querer ser espía lo estaba mimando tanto que me salía ya protestón. Hasta osé el otro día en decir que en este plato de Rafa Soler sobraba salsa. El estómago a veces pierda la cabeza y se hace chulesco, engreido, diría que atontolinado… “¡Dios mío, con los analistas de platos!”, me dije autocensurando mis delirios.

“A veces le rebajo la intensidad de los placeres, para que se de cuenta que en la vida no todos los estómagos son iguales. No era el mismo el del Cardenal Richelieu, por ejemplo, que el de Sancho Panza, por citar a un personaje de Cervantes”, le expliqué a Dumas. “No se me vaya usted tan lejos, ni sea tan prosaico; profundice”, me soltó el escritor. Y pensé que no vive igual el estómago de un marqués que el de un ciudadano quebrado; que no es lo mismo el estómago de un niño malcriado que el de un chiquillo que sobrevive en un desierto tomado por el hambre y el espanto; que hay que tener mucho estómago para permitir lo que pasa en el Mediterráneo; que el estómago del torturador debe supurar bilis; que el del trasplantado es un canto a la vida, y que el del enamorad dicen que está inundado de mariposas pequeñitas. “También hay gente SIN ESTÓMAGO”, sentencié.

Graffiti de DEIU

 

“Quiero tener mariposas en el estómago”, me soltó Dumás. “Conseguirlo no es fácil. Es el secreto mejor guardado… A lo Conde de Montecristo“, le advertí.  Pero acerqué mi rostro al suyo y le dije. “¿Recuerdas que te hablé de mi hada madrina preferida? Se llama Amparo, es el alma silenciosa de un sitio al que suelo ir a refugiarme, La Pitanza. El otro día me hizo un arroz al horno del que salieron mariposas y tomaron mi estòmago. Ahí las encuentras… en los platos hechos con cariño y pasión. En una gamba de Dénia del Faralló, en un trozo de hueva, en un bocadillo que te prepara tu madre con cariño, en una empanadilla de pisto de un horno artesano que creen en lo que hacen. Las mariposas están donde habita la verdad“, le dije casi con los ojo humedecidos de emoción.

 

 

La luz del farolillo que te da la bienvenida al llegar a mi casa se fue consumiendo. Con ella fue desapareciendo el espíritu del padre del Conde de Montecristo. Los sueños se fueron durmiendo. Los libros se cerraron. Las fábulas… volaron.

“¿Cuál es el mejor libro de cocina de todos los tiempos?”, me preguntó el bueno de Antonio Llorens.

EL ESTÓMAGO

El estómago es el mejor libro de gastronomía, sin duda. Al final, todo pasa por él. Sin estómago, la vida no vale la pena. 

 

 #SiempreEsElDíaDelLibro

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Cuentos con patatas, recetas al tutún y otras gastrosofías

Sobre el autor

Soy un contador de historias. Un cocinero de palabras que vengo a cocer pasiones, aliñar emociones y desvelarte los secretos de los magos de nuestra cocina. Bajo la piel del superagente Cooking, un espía atolondrado y afincado en el País de las Gastrosofías, te invito a subirte a este delantal para sobrevolar fábulas culinarias y descubrir que la esencia de los días se esconde en la sal de la vida.


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