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Jesús Trelis

Historias con Delantal

Un bitter Kas para Pepe Cabrera

NOTA DEL CUENTA-CHEF:

Si recuerdas, en el último capítulo Mister Cooking acabó prendado de la belleza natural de Iceland. No le faltaron motivos para ello. Pero era un amor imposible. Él lo sabía, y tras disfrutar en sus brazos –bacalao, salchichas y bolas del amor de por medio- emprendió una nueva aventura, un nuevo rumbo en busca de nuevas gastroexperiencias. En busca de la esencia de las cosas. Pero de camino, volando con su delantal, en una nube perdida…  en una nube perdida esperaban recuerdos encapsulados  de amores repentinos de un tiempo pasado. En la mesa cuatro de Audrey’s, paseó con Rafa Soler por la vida de Pepe Cabrera

Una cita con los

R E C U E R D O S

Arte, cocina y un equilibrista vestido de negro

Frescor, Tierra, Mediterráneo

CUADERNO I

Capítulo 1: Sophistiqué’, Café  de Las Horas. Capítulo 2: Bastela, La tentación de Dukala. Capítulo 3: La chica del Rausell Capítulo 4: Ópera gastronómica en NozomiCapítulo 5: HONOÕ, Fuego japonés Capítulo 6: Doña Petrona, Reina de Russafa. Capítulo 7: El Bouet, el curry del alma.  Capítulo 8: Origen Clandestino, la chicha y el  duende.

CUADERNO II

Capítulo 9:Iceland, la frontera del verano.  Capítulo 10: Un bitter para Pepe Cabrera

Próximo capítulo: Amor entre empanadas y pulpos

−∩−

 

Querida G.

Verás que lo de Islandia me ha hecho remover las esencias. Es como querer volver a empezar, pero sin mirar al pasado. No sé. Siempre fui un espía algo cometarros… o mejor dicho, comecoco. Eso sí, lo de comer siempre de por medio.

Andaba comiéndome, como te decía, el tarro tras mi apasionado enamoramiento de Iceland cuando, en mitad de mi viaje de regreso, me encontré por el cielo una nube perdida. Bueno, en verdad la busqué. Es una hermosa y mullida nube donde disfrutar de esto del buen comer junto a un siempre imponente Peñó d’Ifach. Allí, en esa nube llamada Audrey’s, de la que ya te he hablado tantas veces, había quedado con Rafa Soler. Pero no para que me diera de comer y volviera a enamorarme de su cocina –que eso también aconteció, ya sabes como soy-, sino porque teníamos los dos una conversación pendiente.

Teníamos pendiente una conversación sobre ese señor que conocí justo hace ahora dos años, un 15 de agosto, cuando acudí a su casa –ese cubo lleno de fantasías arquitectónicas a la salida de Dénia- para cenar en su azotea, en Atticook, donde Rafa servía cenas bajo la protección de Pepe Cabrera.

Y tengo que confesarte, querida G. que acudí con entusiasmo a la cita con Rafa para recordar a este señor de pelo blanco, hidalgo caballero de armadura en negro, amabilidad atroz y personalidad a raudales. Y sabiendo, además, que conocer algo más de él me iba a enriquecer. Y posiblemente apenarme por no haber tenido la oportunidad de conocer mejor a este señor que, ya me advirtió Rafa, fue un referente en su tierra pero debería haberlo sido más. “Tengo la sensación de que tenemos una asignatura pendiente con él; que no le reconocimos lo suficiente lo que significó para esta tierra”, me comentó el cocinero de Audrey’s, nada más nos sentamos en la mesa cuatro para pasear por esta historia llena de recuerdos y entusiasmos.

La hora que compartimos nos pasó volando, quizá porque, sin darnos cuenta, fue como si el propio Pepe Cabrera se sentara a nuestro lado. Realmente fue como si los tres compartiéramos un bitter, un bitter Kas, dulce y amargo a la vez. Con el amargo acentuado por saber que hablamos de alguien que fue. Y el dulce intenso porque al tiempo, recordándolo, al desempolvar sus vivencias, uno se siente bien. Rafa se sentía bien y emocionado. “Era una relación que superaba la amistad”, me confesó con una mirada, como el bitter, entre dulce y amarga.

El bitter Kas, con su color rojizo y ese toque tan personal que tiene su inconfundible sabor, fue una bebida que tuvo su auge en los años 60 (aunque aún sigue dando batalla). En aquella época, Pepe Cabrera era ya un hombre de los 80. Siempre fue como dos décadas por delante. “Era una persona muy avanzada a su tiempo”, recuerda Rafa. De hecho, esos años sesenta de los que hablamos, supusieron un vuelco a su empresa familiar dedicada al textil y que remontaba sus raíces a 1939. “A finales de los sesenta centra su actividad en el mundo de la moda y la alta costura  y poco después abrían la primera tienda de mobiliario, Estudio Once, dirigida por Ana Gil (la mujer de Pepe Cabrera), a la par que creaban nuevos espacios en Valencia dedicados al interiorismo”, me cuentan los que saben de la historia de Pepe.

En los ochenta dio un vuelco, cerró y creo su nuevo espacio al que fue incorporando después un estudio de arquitectura, la gran pasión de Pepe, y la cocina. “Si, en la época en la que creó el espacio gastronómico en su local, yo estaba pasando un mal momento y Pepe me propuso irme con él allí”, me comentó Rafa. Y allí que fue con su ingenio gastronómico, para madurar, crecer como un gran chef, bajo el paraguas de este hombre del Renacimiento que era Pepe Cabrera. En realidad lo que Pepe quería hacer allí era como un mimado punto de encuentro de amantes de la gastronomía en el que amigos, clientes y apasionados de la creación disfrutaran por ella. Por ese espacio pasó desde el grandísimo Ángel León hasta el maestro Joël Roubuchon, sin olvidar a muchos otros como Yolanda y Juanjo de Cocinandos.

“Pero se metía en la cocina contigo?”, le pregunté. “A él lo que realmente le gustaba era ver el proceso creativo, cómo llegábamos a los cosas; lo que plasmábamos en el plato”, me contó. “A él le gustaba el arte, el arte como fuera… también en la cocina. A veces me veía hacer algo y me comentaba: això que estas fent és per a mi?”

El día que lo observé cenando en la azotea de su espacio gastronómico –el mismo día en que conocí un poco mejor la cocina de Rafa Soler– vi que Pepe compartió mesa con sus amigos. Mesa y conversación de manera tranquila y fluida, quizá como si quisiera compartir felicidad con todos los que habíamos subido a la azotea de su casa mágica. Ese lugar en el que reinan desde sus sillas que parecen aéreas hasta gigantes hermosos y bonachones que te dan la bienvenida. El diseño que te atrapa con sus propuestas enigmáticas pero que allí rebasa la frontera de la estética para que formes parte de ella. Tu propia estética.

“Si tuvieras que prepararle un menú personalizado ahora mismo a Pepe, aquí en Audrey’s, ¿qué le servirías?”, le propuse jugar a Rafa. “Él comía poco, pero de mucha calidad”, me aclaró. Y con absoluta certeza, me propuso su minuta acorde a sus gustos: frescura, textura, mar. “Para empezar, directamente a él lo que le gustaba era tomar como aperitivo un bitter Kas. Bueno, lo primero de verdad era darte un abrazo y dos besos. Transmitirte”, me explicó. “Luego le serviría un vino que se llama Habla del Silencio“, continuó. “Y de platos….”, le insistí. “Primero la ensalada de tomate con queso fresco y sardina ahumadas, le encantaba”, recordó. “Después el cremoso de bacalao con patata, coliflor y all i oli, que le volvía loco, y luego le haría un postre que se llama agua de Valencia, que lo pongo casi todos los inviernos y que siempre que se lo ponía me daba dos besos y me decía que era espectacular”.

 

Quizá, ese fue el menú que degustamos los tres. O ellos dos, Rafa y Pepe, porque en realidad esto era una historia de ellos dos. En este caso, fui notario de una necesidad. De un encuentro ante la mesa de los recuerdos de dos personas a los que le unió la pasión. El amor por lo que hacen. El arte de la bondad y la pasión por crear. “Tierra, evolución, sencillez, personalidad…. Pepe era todo eso”, me confesó Rafa. Y todo eso se esconde también en sus platos. Quizá por eso se entendieron tan bien. Porque en el fondo a los dos les unió las esencias de la vida.

 

Aquel día en Audrey’s probé los platos del nuevo menú de Rafa. Quizá ese pepino con quisquilla hubiese atrapado el alma de Pepe de por vida. Seguro. Era fresco, personal,  con textura… Es posible que desde su silla con alas en ese cielo en el que ahora habita lo esté saboreando. Después de un bitter, claro. Y es posible que Rafa lo sospeche y por eso su último menú sea todavía más personal, más propio, con menos algarabía pero mucho más creativo… MÁS INTERIOR. Como ese salmonete que nada entre el jugo de sus espinas y mandarinas…

Quizá todo eso tenga que ver. Pero no sé. Sólo soy un espía de paso que voy con mi mochila repleta de gastrosofias de un sitio a otro. Soñando. Volando. Viviendo estos pequeños amores repentinos que me llevan de aquí para allá. De aquí para allá.

 

Cuentos con patatas, recetas al tutún y otras gastrosofías

Sobre el autor

Soy un contador de historias. Un cocinero de palabras que vengo a cocer pasiones, aliñar emociones y desvelarte los secretos de los magos de nuestra cocina. Bajo la piel del superagente Cooking, un espía atolondrado y afincado en el País de las Gastrosofías, te invito a subirte a este delantal para sobrevolar fábulas culinarias y descubrir que la esencia de los días se esconde en la sal de la vida.


agosto 2016
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