Llevo unos días (más bien semanas) agotada. Intento llevar todo en mi vida con equilibrio, como un malabarista que va sujetando las pelotas sin dejar que ninguna caiga por los suelos. Solía sentir que tenía todas las pelotas controladas en el aire y que en ocasiones todavía podía permitirme alguna pirueta, mientras una subía y la otra bajaba. Me sentía cómoda y hasta realizada dándome cuenta que levantándome a las 06.00h llegaba a todo. Pero claro.. no podía durar. No soy una máquina y cuando el cansancio se acumula las energías empiezan a fallar y empiezas a racanear minutos por la mañana, ya no vas con tanta energía a cumplir con tus obligaciones, y si te ofrecen llevarte a algún sitio en coche, te lo piensas, porque los 10 minutos del bus, callada, tranquila y mirando por la ventana, te parecen un regalo cada día.
La historia es que sin darme cuenta llevo una semana entera quejándome de lo cansada que estoy.. Pidiendo al padre de las criaturas que llegue pronto (más pronto), a mi propio padre que venga a casa (¡gracias, Papi! Por venirte ayer a “merendar” o eso creías tú.. jejeje) y ¿qué es lo que pasó hace dos días al salir del cole?:
– Ay, mami.. Estoy máaaasss cansada..
– ¿Y eso, Adela?
– Uff.. No sabes el trabajazo que me ha dado hoy el conejo de Pascua..
¡Vaaaleeee!.. Ya pillo la indirecta. Fue escucharla a ella y verme reflejada en su comentario. Estaba claro que me estaba copiando. Otro “zas” en toda la cara que me dio la vida a través de mi hija.
Lo sabemos. Sabemos que reciben más señales a través de nuestros actos que de nuestros mensajes verbales, pero a veces se nos olvida y no nos damos cuenta de lo negativo de nuestro mensaje.
Pequeños por fuera pero enormes por dentro, queridas amigas.. ¡Estas mini personitas no nos dan tregua! Por cierto, ¿qué haremos estos días con ellos en casa? La semana que viene, aquí, os daré algunas ideas para divertiros en familia.
¡Buen fin de semana, mamás del mundo!
😉
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