El chupinazo de ayer no fue en Pamplona. Ése fue un petardito volador de lo más convencional. El verdadero chupinazo saltó ayer en Alicante.
Yo, cada vez que conozco un caso así, deseo con todas mis fuerzas que no sea cierto. No lo hago por confiar en éste o aquel sino por evitarme el bochorno de que los ciudadanos quedemos de ‘pagafantas’.
A una semana de haber hipotecado a Hacienda, por enésima vez, estos ojitos que se va a comer la tierra, lo que menos me motiva a respetar las instituciones y a la clase política es saber que hay un mangante más sobre la tierra. Sobre la terreta, concretamente.
Que sea, además, por la contrata de las basuras, es como para trasladar el despacho de esta gente al vertedero más vomitivo y putrefacto de la comarca.
No imaginaba que la basura diera tanto de sí. Pensaba que eso era propio de algunas televisiones o de cadenas de comida rápida pero ahora veo que además de ‘televisión basura’ y ‘comida basura’ tenemos el ‘político basura’. Dícese de aquel que se halla en su salsa entre basuras: corrupto tira a corrupto.
Pero hete aquí que los ciudadanos ya no nos conformamos con cualquier cosa con tal de comer fuera de casa. Nos hemos hecho sibaritas y gourmets de modo que, si queremos ahorrar, preferimos comer bien en casa que una porquería por ahí. Y, si salimos, lo hacemos a lo grande, que para eso es una vez cada mucho tiempo.
En la política pasa lo mismo. Los partidos se creen que seguiremos votándoles como hasta ahora por la sencilla razón de que ya lo hicimos antes, cuando aún no éramos conscientes de que nos robaban. Es cierto que hay gente a la que no le importa pero dudo que esa actitud se mantenga con el tiempo.
El hartazgo por sí mismo puede que no tumbe a un gobierno pero sí cuando ese factor se une a un cierto descontento general. Hay quien se relaja pensando que la propaganda todo lo limpia, incluso el rastro pestilente que deja la basura, pero cuando lo impregna todo, cuesta de quitar.