Ayer la comidilla política fue la confusión automovilística de Rajoy, quien se metió en el coche de Alarte sin darse cuenta al terminar una entrevista en TV3. No fue hasta que el chófer le hiciera ver su condición de okupa cuando Rajoy se apercibió. Si esto le pilla en la Edad Media, se lo llevan encantados y piden rescate por su cabeza. Ventajas de ser mandatario en el siglo XXI. Ahora lo más que puede pasar es que Luna vuelva a citar el Evangelio y diga aquello de «venid a mí los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré» para, acto seguido, hacer una novena por la conversión de Rajoy.

Hasta ahora todos conocíamos la okupación, un movimiento de reclamación frente a edificios abandonados que, en ocasiones, deja de ser una acción de protesta frente a los abusos del capital y se transforma en un abuso en sí mismo.

Sin embargo, no habíamos pensado en la okupación automovilística en el ámbito político. ¿Por qué no? Si ese coche lo pagamos todos, usémoslo todos. Yo diría que incluso es más razonable que la okupación de pisos porque éstos, en definitiva, los mantienen los propietarios, pero el mobiliario de Les Corts, los coches y los portátiles de los diputados los costeamos usted y yo.

Ya me estoy imaginando la escena. Después de dos horas esperando el autobús en las Torres de Serrano, veo el coche de un político valenciano en doble fila y me lanzo a él al grito de ¡lléveme a casa! Si luego me pide papeles la Guardia Civil le saco la declaración de la renta y la propiedad queda demostrada.

De todos modos, lo de Rajoy tiene la ventaja de no ser una confusión de traje pongamos por caso, tras la visita a una central nuclear. Allí es posible que le hicieran vestir un mono especial de modo que una confusión de vestuario podría derivar en la improbable y rocambolesca escena anterior con la americana. ¿Se imaginan? Alarte vistiendo trajes del PP. No quiero ni pensarlo. Pero sobre todo no quiero ni imaginarme que le sentaran bien, que se gustara con ellos y que decidiera encargarse alguno.