El papa ha empezado mal.

Se ha referido a la crisis y ha defendido que para salir de ella, la economía no debe buscar solo beneficio sino el bien común y la ayuda a los demás; ha recordado a Juan Pablo II poniendo en el centro de la economía al ser humano y ha dicho que “la economía no funciona sólo con una autorregulación mercantil, sino que necesita de una razón ética para funcionar para el hombre”. A eso hay que añadir que ha exigido responsabilidad para cuidar el planeta.

O sea, que nos ha salido poco complaciente con las preocupaciones de los “flanders”, los frikis del catolicismo según sus críticos. Los llaman así por un personaje muy beato de la serie Los Simpson.

El papa exige un cambio en el sistema económico y en la sensibilidad medioambiental, dos de las reivindicaciones de los acampados en Sol. Lástima que muchos de ellos desprecien al papa y todo lo que venga de él. Si no lo hicieran, encontrarían a alguien que llama la atención, desde hace décadas, sobre la crisis de valores que nos ha llevado a la crisis social, económica y moral que vivimos. La misma que deriva en saqueos londinenses o en mirar hacia otro lado que no sea Somalia.

Si le escucharan, verían que no son los únicos en exigir un cambio de rumbo a una civilización egoísta fundada solo en el tener y no en el ser; un sociedad plegada a los poderes volátiles, sean económicos o políticos, en lugar de aferrarse a principios sólidos que perduran y hacen crecer al ser humano y a toda la comunidad.

Si lo hicieran, quizás cambiarían Sol por Cuatro Vientos, siquiera por unas horas, para encontrar más un aliado -dispuesto a dialogar como lo hizo con Habermas-, con el que pudieran llegar a puntos en común para cambiar las cosas y no para volver atrás, al XIX, con su catolicismo enrocado y temeroso frente a un anticlericalismo exaltado y violento.

Es un papa universitario, acostumbrado a debatir, a explicar, a tener paciencia ante el alumno que no entiende el argumento y volver sobre él para que consiga asimilar el sentido. Es el papa del diálogo pero algunos solo ven a un borrego irracional, iletrado y pederasta. Aunque su voz se siga escuchando y reconociendo como autoridad por millones de personas.

Foto: La Reppublica