Una piña traicionera
Hasta la fecha, Elena Valenciano no era santa de mi devoción. La veía tan suya, tan puesta, tan en su papel de gran dama de Ferraz, con voz impostada y gesto forzadamente adusto, que me producía pocas simpatías.
Ayer, sin embargo, todo eso cambió. La descubrí, por fin, humana, desmelenada, alocada, perdidos los papeles, los tuits y quién sabe si hasta la vergüenza. No lo digo porque llamara feo a un jugador de fútbol. Eso no estuvo bien (¿qué más dará para marcar goles?) pero tampoco es como para crucificarla, sobre todo por parte de quienes, acto seguido, se dedican a tachar de inútil a una periodista a cuenta del “Gracias, Sara”.
A mí lo que me subyugó no fue su improperio de hooligan, como ella reconoció después, sino la explicación que dio Valenciano en su blog para justificar lo ocurrido: “fue el calor del partido, una piña colada, la desinhibición del triunfo”, escribió. Y me encantó.
Ahora dirán que si fomenta el consumo de alcohol, y bla, bla, bla, pero para mí fue definitivo. Ni la temperatura ni la desinhibición. La piña. “Fue el maldito Cariñena que se apoderó de mí”, le faltó decir, citando al clásico. Fue una piña colada la que le hizo colarse. ¿No me digan que no es entrañable? ¿Cómo dice eso en un país tan hipócritamente puritano? Ahora se le echarán encima los puristas de lo anti.
Es una pena que la encuesta de los productores de cerveza que cada año nos dice con quién nos tomaríamos los españoles unas cañas no lo repitan los fabricantes de piña colada. Yo ya lo tendría claro. ¡Quiero tomarme una con Elena Valenciano y acabar diciendo lo feo que es Rubalcaba! Luego me disculparé en esta nuestra columna, pero el desahogo no me lo quita nadie. Y para que no haya dudas de sesgos ideológicos diré que también encuentro petardos a Rajoy, Cayo y Rosa Díez. Y no digamos Merkel, François y Monti lirondi. Uy, perdón, habrá sido el cocoloco. Voy a hacerme una tila.