Cuando llegó a Algeciras, el féretro llevaba la bandera de España y la bandera de Andalucía. Y era así porque Paco de Lucía hizo grande a España e hizo aún más grande a Andalucía. Sin exclusiones. Sin elección entre una y otra. Sin que su arte quedara solo en el terruño sino, al contrario, haciendo que Andalucía representara el Arte de España, con A mayúscula, por todo el orbe.
Nadie lo reclamó solo para su comunidad, sea histórica, autónoma o como quiera denominarse. Nadie exigió que la bandera verdiblanca cubriera su ataúd y ocultara la rojigualda o la apartara como si anulara la primera. Tampoco hubo quien pensara en dejar solo la bandera nacional, aunque las integre todas. El flamenco es andaluz pero la guitarra es española. Viven juntos, se necesitan y no se explican el uno sin la otra. Como el flamenco sin Paco de Lucía.
En estos tiempos de nacionalismos y fronteras, la música del genio gaditano abrió los mejores auditorios del mundo a los gitanos. Como hizo el jazz con los negros de Nueva Orleans. Ése es su gran legado, haber elevado a la categoría de música para escuchar con frac y a oscuras la que, hasta poco tiempo antes, era solo para cantar con jaleo, un fino y rota la camisa, si era menester.
Y lo hizo en nombre de su país. Andalucía es una parte de España que, exaltando lo propio, no exige exclusividad. Presume de sus grandes y los llora, como ayer Algeciras entera despidiendo al maestro. Sin embargo, no los extirpa de España sino que se los regala. No necesita exigir juramento de fidelidad eterna porque el cante, la soleá o la seguiriya saben a Ronda, a Triana o a Sanlúcar. Sin complejos ni referendos. La música hace patria sin necesidad de traducir ni adaptar. Evoca un espacio y una forma de vida. Eso es lo que consiguió Paco de Lucía, transportarnos a su tierra con solo seis cuerdas. Y notar el salitre de la playa, el frescor de los patios y el quejío de los gitanos. Y llevarlo a Nueva York, a Oslo o a Medellín.
Hizo el proceso contrario del nacionalismo, en lugar de atrapar el mundo y encerrarlo puertas adentro, las abrió y sacó su mundo afuera. Para todos. Para siempre.