Nunca me he visto defendiendo a un amigo como Carlos Fabra y por tanto no sé qué actitud tomaría si supiera que uno de mi círculo más íntimo ha cometido un delito. Podría ponerme muy digna, a priori, y gritar a los cuatro vientos que no lo toleraría, que rompería mi amistad y que sentiría vergüenza. Que eso jamás lo aceptaré y que desde ese momento dejaría de estar entre las personas de mi confianza. Podría hacerlo, pero los amigos lo son para siempre o casi siempre. Al menos, lo son a pesar de sus flaquezas. Yo entiendo así la amistad y, como dice San Pablo, disculpo siempre, perdono siempre y tolero siempre.
Eso supongo que es lo que vino a decir ayer Martínez Pujalte al ser preguntado por la entrada en prisión de Carlos Fabra. Es su amigo, según dijo “desde hace mucho tiempo”, y a los amigos se les defiende. Yo, la primera.
El problema es que nadie le preguntaba en los pasillos del Congreso en calidad de amigo sino de dirigente del PP. Los periodistas no fueron a buscarlo para saber cómo se ha tomado su entorno lo sucedido. Para eso, hubieran ido a su familia y sus conocidos que, lógicamente, estarán apenados de verle entrar en la cárcel. A él lo buscaron porque es portavoz del PP en la Comisión de Economía. Esa diferencia, que muchas veces olvidan nuestros políticos, no es nada baladí. Como amigo debe defenderlo hasta la muerte. De otro modo no puede tenerse por tal.
Sin embargo, como compañero y directivo del partido está obligado a reconocer el daño que su actitud ha hecho a su formación y a la credibilidad de su mensaje ante los ciudadanos. Esa realidad no empaña su amistad. En lo personal entenderemos que lo anime, que lo apoye y que vaya a visitarlo a la cárcel para que no se sienta solo. En lo político, no entendemos que se parapete detrás de su afecto personal para evitar censurar lo que es censurable, esto es, un comportamiento delictivo, un engaño o un fraude a los ciudadanos. De lo contrario, acabamos teniendo la sensación de impunidad. Al oponente, por menos, lo destrozan sin piedad, pero al propio le dan mimos. Mala estrategia para reforzar la fe en las líneas rojas.