No hay ordenanza municipal sobre el ruido que me parezca bien. Supongo que es por lo difícil que resulta meter en un texto de ese tipo todas las molestias que puede sufrir un ciudadano por culpa del ruido ajeno.
La última que hemos conocido es la de Sevilla, que prohíbe jugar al dominó en las terrazas, comer o beber de pie junto a los veladores o dar un acelerón innecesario al coche. A la oposición en el ayuntamiento le ha faltado tiempo para criticar alguna de esas medidas por excesivas, pero también a la plataforma por el descanso, por escasas. El problema es la incoherencia de permitir locales con música pero prohibir el dominó. O permitir tirar cohetes a las hermandades rocieras pero prohibir las televisiones en las terrazas.
Es muy complicado contentar a todos con este tipo de ordenanzas. La molestia de uno es la opción de otro. A mí, lo del acelerón del coche me parece necesario, pero lo de no dejar beber junto a un velador en una terraza, totalmente absurdo. Y posiblemente a otro le parezca justo al revés. Lo malo es que hay ciudades, o zonas en ellas, donde las noches de verano son un suplicio por culpa de eso, de que la calle se ha convertido en un espacio de contaminación acústica insoportable. Lo sé porque he vivido mucho tiempo en planta baja y tenía que aguantar las conversaciones por el móvil de los clientes del restaurante colindante. A punto estuve más de una vez de gritar: “¡Dale recuerdos!” porque el fulano parecía ya de la familia.
Valencia, efectivamente, es mal lugar para el descanso y algunos barrios, como Russafa, lo saben muy bien. Es tal el bullicio que cuando salgo a pasear con Whisky los viernes por la noche, camina de sobresalto en sobresalto y pasa penalidades para sortear las mesas y sillas que invaden los chaflanes; las bicis y motos que ocupan lo poco que queda libre y los camareros que salen sin mirar. Es una yincana de tal magnitud que al volver a casa le doy un premio por su habilidad para sobrevivir y llegar sin un solo rasguño y sin alcohol y otros pringues en las patas. Pero luego el que molesta es él como se le ocurra ladrar u olisquear un jardín.