Fue en febrero de 2005. Durante un debate en el Parlament, Pasqual Maragall le espetó a Artur Mas aquello de “ustedes tienen un problema y ese problema se llama tres por ciento”. Se refería Maragall a supuestas comisiones cobradas por CiU en la adjudicación de cada obra pública durante el tiempo que estuvo en el gobierno. La respuesta de Artur Mas fue más desconcertante aún que las acusaciones de Maragall. Mas apeló a las “cosas importantes” que tenían que sacar adelante ambos partidos “al servicio del país”. Cosas que podían frustrarse por lo que acababa de decir Maragall. Esas “cosas” eran el Estatut de Catalunya. Por entonces era presidente de ERC Josep-LLuis Carod Rovira quien puso el grito en el cielo afirmando que no se podía tolerar que las negociaciones para sacar adelante el Estatut silenciaran las irregularidades. Pero ocurrió. Ni una comisión de investigación en el Parlament, ni más noticias sobre el tema en la prensa catalana. Aquello nunca ocurrió y si lo hizo fueron cosas del Alzheimer en el que se estaba sumiendo Maragall.
Por eso no extraña ver cómo ahora ERC disculpa y minimiza las noticias sobre Pujol. Lo único que han declarado es que Pujol tendrá que aclarar el asunto, pero lo han dicho de un modo tan melifluo que da risa si no resultara tan evidente. Son cosas de la “confianza” a la que apeló entonces Mas para que Maragall rectificara sus palabras. Había, como hay ahora, intereses más altos en los que fijar su preferencia. “El país” y su Estatut hace diez años, “el país” y su independencia, ahora. Los pactos, pues, obligan a hacer la vista gorda.
Lo malo de lo reconocido por Pujol no es que haya tardado más de treinta años en regularizarse. La pregunta es por qué. Y por qué lo dice ahora, cuando Hacienda se ha dedicado por fin con cierto interés a averiguar esas cosas. Y por qué nadie sabía nada. Lo que se ha puesto en jaque con el asunto Pujol no es el ex molt honorable sino la impunidad con la que se trata a quienes “construyen el país”. Grandes discursos y maletines hipócritas son la base de una república bananera. Mala forma de empezar su andadura independiente.