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María José Pou

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El pentagrama del PP

En este país hay que volver a usar el compás y el tiralíneas como hacíamos en el cole cuando tocaba dibujo técnico. Con ellos creábamos perspectiva, calles infinitas y planos de todo tipo. Primero el lápiz y luego la tinta. Y el papel cobraba vida de forma milagrosa. Salvo para los torpes como yo que, sorprendentemente, me las pinto sola con el óleo y el “sfumato” pero soy un desastre con la línea recta y exacta. Debe de ser que soy más creativa que puntillosa. El caso es que me pasé toda la EGB usando la cuchilla de afeitar para arreglar el desaguisado que hacía con el “rotring” hasta llegar nada menos que a agujerear el papel. Entonces, ya no podía hacer más. Era el fin del mundo.

Será por eso que no termino de aclararme con las líneas rojas, verdes y azules. Parecía que solo Fabra marcaba las líneas rojas pero ahora resulta que Grau reclama las suyas para sí. Debe de ser que la Comunidad Valenciana, con esa vena artística tan propia, se encuentra más cómoda en la flexibilidad del dibujo libre que en la disciplina de la exactitud calculada. Así cabe entender que Alfonso Grau defienda sus líneas o Junqueras & Mas, sus urnas, sus censos y sus mayorías de un tercio. En ambos casos se pone el criterio propio por delante del orden establecido. Es cierto que hay una diferencia. Lo que marca Fabra no es ley; como mucho, palabrita del Niño Jesús, en cambio los límites que se les está recordando a los dirigentes catalanes una y otra vez sí vienen marcados por la Constitución.

Lo que tienen en común es esa alegría con la que uno se proclama a sí mismo hacedor del mundo renegando de la autoridad establecida, sea la consensuada y votada, sea la comúnmente aceptada como única. Yo hace tiempo que me perdí viendo cómo a unos se les indica que deben renunciar cuando sean imputados; a otros, el día del juicio; a los de más allá, cuando haya sentencia y a los de enfrente, desde el momento en que el guardia civil les pida los papeles del coche en un control rutinario. No es lo mismo verse sorprendido con una tarjeta black que con unos registros de pagos en negro, unas basurillas que huelen “mejor que usted”, unos trajes, unas pantallas de plasma o un contrato con las líneas negras de la actualidad política. Por eso no es extraño que a un concejal le retiren hasta el saludo; a otro le dejen hacer ruedas de prensa para anunciar que sigue trabajando; a otra, salir en más fotos que el pequeño Nicolás y a otro más le hagan sentir transparente. España, y más Valencia, ya no tienen líneas rojas; tienen todo un pentagrama de negras, corcheas, fusas y “difusas”. Cada cual escoge la clave de sol, de fa o de do que más le conviene y toca su melodía. Sin importarle lo mal que suena. Parecen estar todos afinando sin orden ni concierto. Nunca mejor dicho. O alguien coge la batuta o el público acabará por marcharse.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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