Hay que tener mucha devoción para tirar pétalos de rosa al paso de un personaje admirado, pero tengo que reconocer que como gesto de los fans es mucho más elegante que gritar cual posesos como hacen los quinceañeros con Justin Bieber o Miley Cyrus. Bien es cierto que la edad de quienes ayer recibieron a Sonia Castedo a las puertas del juzgado supera con mucho los 16 y quizás fue eso lo que marcó la diferencia con los alocados adolescentes. Pero en cualquier caso resulta entrañable a la par que cinematográfico ese momento “Bolsería” de la exalcaldesa de Alicante. No solo cubrieron sus pasos de flor sino que la recibieron a pie de escalerilla con un hermoso ramo como si fuera “la imputada un millón” y las cámaras del NO-DO estuvieran allí para inmortalizar el momento.
Explicaba el entusiasta devoto que lo hacía en nombre de un barrio de Alicante que está muy agradecido, mientras le decía a la interesada que era “la mejor del mundo”. No lo dudo. Quiero decir que no dudo de que en ese barrio lo piensen e incluso de que lo piensen muchos en Alicante. No de que lo sea. El problema es que la percepción personal no sustituye a la realidad de los hechos, si es que se confirman. Sin embargo, es curioso que eso suceda con algunos de los personajes más conocidos de la vida política y de algunos de los implicados en casos judiciales. Si una persona cualquiera fue ayudada por el protagonista de un proceso, siempre verá su imagen pasada por el tamiz de su devoción particular. Es lo que sucedió con Castedo ayer, para sorpresa de los concentrados en la puerta y de algunos otros. Pero no hay que olvidar que ocurre lo mismo en sentido opuesto. Quien se siente perjudicado por una decisión de un político analizará todo (e incluso no analizará nada de nada) a la luz de su frustración o de su enfado. Poco importará que sea inocente. A sus ojos no existirán vías posibles de redención. Si contraponemos ambas actitudes podemos ver la injusticia que suponen. Ambas. Ni los abucheos en la puerta de casa por haber tomado una decisión impopular ni los pétalos de rosa a los pies por sentirse afortunado con esa persona.
Con esa baza juegan los políticos. Saben que en muchos casos la emoción que causan anula todo sentido crítico, de ahí que sea más importante visitar un mercado o abrazar a unos ancianos que dar grandes explicaciones. Lo que sería deseable es que también los opositores aplicaran más la argumentación y el raciocinio que la sobreexplotación de las pasiones contra el dirigente en activo. De hacer eso, estarán sucumbiendo a lo mismo que el devoto de los pétalos de flor a los pies de Castedo. Aunque nunca reconozcan que se entregan a mover los hilos del amor-odio antes que a explicar las razones de su postura crítica. Los pétalos o las espinas son propias del ciudadano. A él se le perdonan. Pero no a la oposición.