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María José Pou

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El afecto del rey

La ventaja de un monarca es que no tiene que medir sus fuerzas en una convocatoria electoral. Eso, que a menudo nos parece un gran demérito, a veces se torna una ventaja y una seguridad para los ciudadanos. Sin ir más lejos, ayer, para los valencianos. Escuchar al Rey diciendo que Valencia aporta muchos de los mejores valores de España, y saber que no lo hace para ganar unos votos ni por lograr estar en unas listas electorales, produce una sincera satisfacción. Es cierto que Felipe VI, como ocurrió con su padre, tiene que “ganarse el puesto”, esto es, obtener la confianza de los españoles y convencerles de que su presencia es más beneficiosa que su ausencia. Sin embargo, eso no se obtiene con anécdotas ni con los mismos recursos que suele utilizar un líder político, por lo común superficiales y de corto recorrido. Un rey se gana el reconocimiento con gestos, decisiones y actos constantes. Unas palabritas sirven para pasar la mano por el lomo y para un buen titular pero no para que el ciudadano mire con indiferencia las manifestaciones republicanas y crea que, aunque legítimas, no tienen una razón de urgencia nacional para ser secundadas. Con el rey, no se vive mal, aun reconociendo que pueda verse como una institución anacrónica.

Además, si ubicamos las mismas pautas en un contexto republicano, la percepción resulta sustancialmente distinta. Imaginemos a González, Aznar o Zapatero en la presidencia de la república diciendo que Valencia representa lo mejor de España. ¿Cuánto tardarían algunos en acusarles de avalar la corrupción, el despilfarro y hasta las orgías de Candy Crush en sede parlamentaria? ¿Acaso no parecería un mensaje explosivo? En cambio el rey se sitúa por encima de esas peleas partidistas y, lo que es más importante, cuando habla de una parte de España lo hace sin más interés particular que mostrar el afecto de la institución por ella. He de admitir que, tal vez con otro rey llegaría a interpretar algo distinto a esto, pero con una familia que ha sufrido el exilio, veo las cosas de otro modo. En concreto, en clave de amor a España. Lo sentían Don Juan y Don Juan Carlos y estoy segura de que lo ha heredado su sucesor. Llama, pues, la atención que a aquellos que tuvieron en sus familias a exiliados sufriendo por volver a su patria les cueste tanto ponerse en lugar de esa otra familia, la que vivió en Roma y en Estoril, o que no sean capaces de ver el amor que sus miembros han ido desarrollando por su país y por cada una de sus zonas. Por mi parte, siento que su sacrificio familiar es una garantía de entrega, servicio y afecto sincero hacia esta tierra por la que suspiraron, como tantos exiliados, arrancados de su casa y de su patria. Por eso cuando escucho al rey, como a su padre, hablar con cariño de Valencia no me cabe duda de que es un sentimiento verdadero. Y lo agradezco.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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