Durante años, ha venido Rita Barberá al mercado de Russafa, como al resto de mercados de la ciudad. Los comentarios, al día siguiente, eran mayoritariamente favorables, simpáticos, agradecidos y nada desagradables. Los había críticos, por supuesto. Y con argumentos justificados, no diré que no. Sin embargo, los vendedores solían apreciar que la alcaldesa les saludara, les preguntara y, sobre todo, pusiera los mercados en el centro de la vida ciudadana. En una palabra, que los reivindicara. En este tiempo, me he encontrado más gente contenta de verla entre alcachofas y manzanas, que de lo contrario.
No creo que este año sea distinto, si bien es razonable que haya quienes se sientan molestos tras conocer las informaciones que hablan de aprovechados y triquiñuelas para enriquecer a unos pocos, pululando en torno al despacho de la reina del “caloret”. No se puede reprochar a un ciudadano que se levanta al alba para trabajar, se desloma todos los días por un sueldo ridículo y es sangrado con impuestos de todo tipo que esté indignado. Pero “indignado” es un estado, no un ser. No se puede “ser” indignado sino “estar” indignado. Sin embargo, hay quienes se han instalado en la indignación perenne y esencial porque es más rentable.
Entre los vendedores del mercado me encuentro preocupación, asombro y mucha pregunta sobre el futuro. Pocas veces he visto un comportamiento duro, agresivo o insultante. Me lo decía la señora Amparo, que vende verdura: “Filla meua, el que volem és que n’hi haja treball”. No elaboran un discurso antisistema sobre la base de un planteamiento hegeliano de la Idea y el Ser. No pretenden ni siquiera vivir a cuerpo de rey sin dar un palo al agua. Bien lo saben quienes trabajan como mulas y apenas tienen festivos ni puentes ni días de asuntos propios. Entre otras cosas, porque son una merma en sus ingresos. El día que no se trabaja, no se cobra. Y no están para ir perdiendo. Piden ganarse el pan que es lo que todo ciudadano decente y trabajador, como son ellos, espera que las autoridades garanticen. Poder ganarse su jornal y dar un futuro a sus hijos. Quienes así viven se enfadan con los corruptos, sin duda, pero no necesitan insultar, amenazar o gritar. Entre ellos, hay más preocupación y enfado que indignación postiza con ánimo electoral. Por eso resulta sangrante que quienes dicen representar al pueblo y a la gente humilde se dediquen a usar a los trabajadores sacrificados y decentes de un mercado municipal para lanzarlos contra la alcaldesa. O contra el sursuncorda. Me da igual. Dar voz a alguien no es gritar en su nombre. Sobre todo, porque cuando uno grita, no puede escuchar al otro. Tan ruin es robar al ciudadano honrado como utilizarle para alcanzar o retener el poder. En los mercados se sigue queriendo a Rita, aunque haya interesados en hacer creer que allí ya ni la aplauden.