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María José Pou

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El contenedor

En los últimos años, hemos asistido a un cuestionamiento de las iniciativas que procuraban evitar un aborto ayudando a las embarazadas en situación de dificultad. El proceso comenzó con un discurso simplificador sobre la imagen del “torno” que se empleaba antiguamente y se acentuó cuando supimos del robo de bebés hasta hace apenas 40 años. La mezcla de los dos fenómenos hizo el resto aun cuando fuera injusta hacia quienes ayudaron -y ayudan- a muchas mujeres con problemas y a unos hijos no deseados. El crimen de los niños robados es abominable y debe ser perseguido con toda la fuerza del Estado de Derecho, pero la realidad de las iniciativas que luchan honestamente contra el aborto acompañando a madres angustiadas no debería verse perjudicada por la comisión de esos delitos.

La solución del torno podía resultar deshumanizadora y fría, e incluso prestarse a abusos, pero ayudaba a resolver el problema de la mujer gestante que no quería ser reconocida ni relacionada con lo que entonces se conocía como una “vergüenza” entre no casadas. El torno salvaba la vida de la criatura y la honra de la madre.

Sin embargo, hace apenas unos días vimos una macabra sustitución que nos ha conmovido a todos: un bebé depositado en un contenedor de basuras. Para mayor crueldad, un contenedor subterráneo y un calor asfixiante. Ante la ausencia de tornos, la mujer no encontró, al parecer, otro lugar donde “deshacerse” del niño que un contenedor. Lo que pretendía era eliminar su problema aunque fuera a costa de la vida de su hijo. Le faltaban soluciones, ayudas, información y escrúpulos. Son demasiados elementos para arreglarlo solo con un folleto de una red de acogida para madres en apuros. Ante esos casos, no parece tan descabellado el torno. Es cierto que ya no vivimos tiempos de anonimato y falta de formación. Hoy hay servicios sociales que acompañan, orientadores que apuntan soluciones y policía que averigua quiénes son los responsables del abandono. Es un avance exponencial respecto a los tiempos del torno. Sin embargo, no hemos podido acabar con el miedo, con la angustia o con la incapacidad de la madre para enfrentarse a una realidad no deseada.

El reproche que suele hacerse a las organizaciones caritativas que recogían a los niños abandonados es que no iban a las raíces sino a paliar una realidad. Lo mismo se dice de la caridad en sentido amplio. Que no busca la justicia sino un remiendo ante un problema social. Es posible, pero alguien tiene que dar de comer al hambriento mientras se transforman las estructuras para que no exista el hambre, un síntoma del desequilibrio social. Del mismo modo, alguien tiene que acoger al bebé abandonado mientras se transforma la sociedad para luchar contra los embarazos no deseados sin acabar con la vida. Cambiar tornos por contenedores es retroceder no décadas sino siglos.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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