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María José Pou

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Cura bueno, cura malo

Ya es un clásico. La distinción que ayer estableció la vicepresidenta del gobierno valenciano entre el Papa y el Arzobispo es una técnica habitual en la izquierda. Se trata de situar a uno frente a otro como si se tratara de dos modelos de cristianismo. El “bueno” es el social, preocupado por los que sufren. El “malo” es el político, que se mete en la batalla de los gobernantes intentando ocupar su lugar o condicionar sus decisiones. Al oponer uno a otro los convierte en excluyentes cuando ambos pueden darse –y se dan- en la misma persona, el mismo mensaje y hasta el mismo Evangelio. La diferencia del modelo clásico y del que ayer presentó en su intervención Mónica Oltra es que el de antes se aplicaba al clero que gobierna –un obispo, por ejemplo, o la propia Roma- frente al cura sencillo, a poder ser, cura obrero. Ahora, en cambio, como el Papa ha adoptado el rol de pastor políticamente correcto, que no critica a quienes levantan o bajan el pulgar en la opinión pública, el “poli bueno” queda en Roma hablando de los pobres y el “poli malo” corresponde a los obispos recalcitrantes que no terminan de cambiar al mismo ritmo que su “jefe” y siguen metiéndose en asuntos políticos.

No es que le falte razón. Es cierto que una cosa es orientar sobre la necesidad de favorecer la convivencia entre los españoles y evitar rupturas dolorosas y otra, defender un modelo de Estado. Lo engañoso es presentar la dicotomía. El Arzobispado de Valencia ya está acogiendo en la Diócesis a refugiados necesitados de toda la ayuda del mundo. Lo está haciendo antes de que el Gobierno valenciano se ofreciera a lograr el corredor humanitario en el Mediterráneo. El problema es que el cardenal Cañizares se vende peor que Bergoglio.

La pregunta es si la Iglesia debe incluir entre esos “desamparados” cuya atención reclama Oltra a los catalanes afectados por un sistema opresor que les impide vivir con naturalidad y libertad su condición de españoles. Es deseable que ante esa realidad, los obispos también hablen. De lo contrario podría parecer que la libertad y las condiciones políticas que permiten un desarrollo integral de la persona y de las familias no fueran “competencia” de la Iglesia. Si consideráramos que solo es “desamparo” la falta de alimento y vivienda, reduciríamos al ser humano al de un ser vivo necesitado de protección elemental. Como si de un perrillo abandonado se tratara. Es verdad que hay necesidades básicas que deben cubrirse de inmediato pero hay otras cuya protección también debe ser reclamada por la Iglesia.

Presentar a una Iglesia sensible frente a una ambiciosa es una estrategia de división antigua. La responsabilidad de los creyentes es no dejarse engañar por ella, y asumir de una vez por todas la tarea de la reflexión política sin dejársela a los obispos, como hasta ahora, por desgana o por miedo.

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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