Hace apenas unos meses, las autoridades parisinas decidieron quitar los candados que llenaban algunos puentes de la ciudad en ese empeño de las parejas por conjurar la fragilidad actual del amor que impide contemplar una relación como un proyecto a largo plazo. Diríase que el candado sustituye al rito tradicional. Parejas que no quieren saber nada de compromisos ni de pasar por la vicaría o el ayuntamiento, necesitan decirle al mundo que su amor es eterno con un candado que termina por perderse en el marasmo de cientos como él. Es el único testigo de su unión, y toma el sitio de los amigos del novio o la novia; él sabe del amor de la pareja y de su fidelidad pero si no cumple, no le pedirá cuentas. Otro ocupará su lugar en un puente distinto.
En esa ciudad tan simbólica, que hasta ahora era la capital del amor y del romanticismo, los yihadistas han querido atentar salvajemente para enviar un claro mensaje: París no es la capital del amor sino de la perversión. Así se indicaba en el comunicado que mandó el Estado Islámico tras la matanza: “En un ataque bendecido para el que Alá ha facilitado las causas, un grupo de creyentes de soldados del califato -que Alá les proporcione fuerza y victoria- ha tomado la capital de las abominaciones y de la perversión, aquella que porta la señal de la cruz en Europa, París”.
No basta con perseguir a los suyos por ver la televisión o por poner música occidental. Ahora pretenden decirnos cómo vivir, y presentan a París como la Sodoma contemporánea: díscola, desvergonzada e infiel; de todo eso es acusada. Pero frente a las voces de los ultramontanos wahabistas, suenan los ecos de La Marsellesa escuchados por cada rincón, desde la salida de un estadio de fútbol hasta los cientos de concentraciones que por todo el mundo se han producido para solidarizarse con las victimas y sus familias. La Marsellesa se convierte así en la banda sonora de la rebeldía ante el terror. No es chovinismo ni eurocentrismo hipócrita, como algunos alegan para censurar el impacto emocional de un ataque en el corazón de Europa. La Marsellesa representa a Occidente. Sus valores, sus principios ilustrados, su empeño por librarse de las cadenas irracionales de la sociedad feudal y conquistar espacios de libertad ciudadana.
La Marsellesa es hoy el himno de Europa. Un grito orgulloso de lo mucho que ha evolucionado el mundo y los derechos civiles en los últimos siglos, frente a las inquisiciones de todo tipo y cualquier época que pretendan decirnos cómo vivir o en qué creer. Es un homenaje a quienes se ven aún sometidos a policías de moralidad que van descubriendo Sodomas y Gomorras por doquier, y condenan a París por una cruz que, paradójicamente, hace mucho que quedó olvidada y oxidada en un rincón. La Libertad corre guiando al mundo. Al son de un himno símbolo que acabamos de redescubrir.