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María José Pou

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La gravedad

Van sin chaqueta a entrevistarse con el rey. Huyen de la corbata como de la peste. Llevan botas camperas y vaqueros para ir a trabajar en el Parlamento. En una palabra, presumen de alternativos, rompe-normas y antiprotocolarios. Para los chicos de Podemos la informalidad es un modo de alumbrar un nuevo mundo sin límites ni corsés propios de otra época. Es un símbolo, más que una necesidad. El vestido es el mensaje, podríamos decir. Han conseguido hacernos creer que son una nueva generación de flower power, con rastas, coletas y desenfado indumentario. Pero nada más lejos de la realidad. No son nuevos hippies por mucho rap y mucha referencia progre que tengan. Ellos –los de Woodstok- transmitían alegría vital; el mundo parecía maravilloso y la gente era hermana y proclive a la fraternidad de forma natural. No sé si era por convicción o por las volutas de humo que les envolvían, pero emanaban felicidad.

Sin embargo, los informales de ahora tienen un rasgo totalmente diferente y bastante molesto: son de un grave que cansan. Viven en una continua e insoportable gravedad del ser. Por mucha ausencia de corbata, son más solemnes que sus correligionarios ochentones y más aún que sus antecesores de cuellos almidonados y bigotes decimonónicos. Su libertad no parece darles cierta alegría que se presupone en aquellos que han roto con ataduras ancestrales. Al contrario, viven con el ceño fruncido, hablan sin relajación, todo lo encuentran tremendo y definitivo, no hay frivolidad que les interese ni broma que les divierta. Para qué negarlo, son un muermo.

No termino de averiguar si es un rasgo vital, una mera pose o una derivada de su autoconciencia de profetas pero prefiero la socarronería gallega de Rajoy aun con todas sus carencias que la infinita seriedad de Pablo Iglesias. Me recuerda al gafapasta, aunque no lleve lentes, que siempre tiene que hacer comentarios trascendentes de todo, hasta de la sangría excesivamente cargada que podamos tomar con la paellita del domingo, de la faja de la tía Manuela que no le deja comer la tarta en la boda del primo o del acné del benjamín de la familia que le asemeja a Ruperta aunque no quiera. Todo es de una dimensión cósmica e histórica. Dichosas esdrújulas. Afortunadamente, el niño Errejón tiene un poco más de cintura y acudió a bromear con Buenafuente sobre su bisoñez. Es un avance, pero cuesta imaginarlo en el Amado Líder. Cosas del Olimpo. Con Zeus, las bromas acaban en un rayo te parta por zascandil y díscolo. Es cierto que la realidad es delicada y lo que suceda ahora puede marcar una época; que de las decisiones actuales pueden derivarse consecuencias positivas o malograrse algo el futuro, pero todo ello no impide tomarlo con una sonrisa. Es más, conviene que así sea. El humor no nos quita credibilidad. Posiblemente, ahora, con lo que está cayendo, nos la dé.

 

Temas

Socarronería valenciana de última generación

Sobre el autor

Divide su tiempo entre las columnas para el periódico, las clases y la investigación en la universidad y el estudio de cualquier cosa poco útil pero apasionante. El resto del tiempo lo dedica a la cocina y al voluntariado con protectoras de animales.


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