¿Cuándo se empieza a construir algo?. Es ambiguo concretarlo, tal vez cuando nace la idea, o quizás cuando uno se decide a ejecutarla. La opinión de cada uno siempre parece algo propio, o personal, cuando en realidad es fruto de la información que antes ha almacenado nuestro cerebro y que se acumula sobre los códigos implícitos de nuestros ancestros genéticos. Por eso parece consistente la aseveración de que todo cambia para que todo siga igual, mostrando los cambios sus evidencias sin apenas percibirse uno de ellos durante su propia generación, percatándose mejor los analistas o historiadores posteriores. En la historia de la humanidad estamos aún en la lactancia y eso tal vez pueda ser inquietante, pero ser conscientes de ello es un acto de gran sabiduría y madurez para saber relativizar todo.

 Y los niños, las personas, ¿cuando empiezan a construirse?. Ni se sabe. El “imprinting”, o sea la carga genética, es muy poderosa, mal que nos pese, y como afortunadamente no es todo nos deja margen para modular nuestro futuro. Podemos proporcionar a nuestro cerebro entradas enriquecedoras que harán que cada uno vaya construyendo su propia entidad como persona, y si ponemos decidido empeño en ello, seremos conscientes de que podemos ser capaces de controlar mejor la dirección en que vivimos, disfrutando mas de nuestra humanidad racional, que es lo que nos hace ser animales superiores y constituye la libertad.

Por eso es importante cuando pensamos en nuestros hijos comenzar la formación, la construcción de los mismos, antes incluso de que sean concebidos. En esta fase previa sería óptimo ejercer las funciones de planificación de que disponemos, para ponerse en una situación anticipada sobre lo que esperamos de ellos y lo que debemos ofrecerles. No precisamente pensando en que sean a nuestra imagen y semejanza, sino asumir su propia e incierta identidad, esperando acontecimientos con una actitud de aceptación sin condiciones sobre sus características particulares, siempre con un apoyo decidido para asumirlas y mejorarlas. En definitiva ayudarles a construir su propio sistema madurativo y de entidad como persona.

Los padres tienen que aprender a ver las características particulares de sus hijos siendo pacientes y generosos en abrirles las puertas de su formación y de su personalidad, a la vez que cautos a la hora de las restricciones aunque éstas a veces sean inevitables, lo siempre debe consensuarse entre los progenitores y en todo caso no dudando en buscar asesoramiento ante situaciones complejas. Plantearse la “construcción” de los hijos implica esforzarse en comprender los principios de como maduran, así como las posibles desviaciones de los patrones de funcionamiento estable, siendo difícil por otra parte ejercitar como padres los que no están afianzados en su proceder como adultos responsables.

Aparentemente ahora se actúa en exceso sobre la marcha y en base a estereotipos. Se deja poco margen para meditar más las cosas y en preocuparse por la propia formación cuando ya se es “mayor”. Tal vez sea verdad que se piensa poco, que se anticipa uno poco y que no se ejercita suficientemente la función primordial de nuestro lóbulo frontal cerebral donde radican las funciones ejecutivas de anticipación, planificación y de prevención, que facilitan los análisis previos necesarios a la óptima toma de decisiones.

Tenemos por tanto que meditar respecto a la construcción de nuestros futuros hijos evitando que nos sorprenda la noticia de su concepción sin haber pensado previamente en ellos. Y cuando ya están en camino prepararse desde muy pronto, conscientes de que es un largo camino que nunca se acaba, y en todo caso sin esperar a que nazca, balbucee, o que tu hijo te llame por primera vez con solo mirarte a los ojos.