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Fernando Mulas

Mi hijo me llama

TICS

     Muchos síntomas nos acompañan a lo largo de la vida sin apenas percibirlos hasta que se hacen más relevantes y se manifiestan clínicamente de forma ostensible, condicionando la denominación de enfermedad. Todo puede ser relativo, incluso hasta el propio concepto de lo patológico, pues siempre hay detractores y voces renovadoras que prefieren emplear términos más sutiles.

     Ejemplo de ello es de la nominación de trastorno, hoy día muy empleado para afecciones considerablemente problemáticas con tal de no llamarlas enfermedades. También el de diversidad para referirse a determinados procesos crónicos o estados diferenciales respecto a la mayoría de los congéneres. Un extremo sería denominar a los tumores como procesos proliferativos de las células habituales del organismo, que, aunque ello sea cierto, parece que trata de quitar leña a la cuestión y simplificarla ingenuamente.

     Refiriéndonos a situaciones que nos acompañan durante la vida podemos encontrar ejemplos en mucho gérmenes saprofitos de nuestro organismo, como los virus o las bacterias que forman parte del ecosistema de nuestro cuerpo humano. Ante situaciones particulares pueden reactivarse como en el caso de algunas infecciones en la piel, como el virus del herpes que siempre está al acecho, despertándose en ocasiones y provocando desde un simple herpes labial hasta una letal menigoencefalitis herpética.

     Algunos síntomas clínicos aparecen y desaparecen, como el río Guadiana que estudiamos en el colegio, siendo además bien visibles aunque pasen muchas veces desapercibidos. Así son los tics, definidos como movimientos musculares involuntarios que pueden acompañarse de vocalizaciones peculiares y comienzan preferentemente alrededor de la primera década de la vida, entre los 5 y 15 años. Son frecuentes y por tanto podría decirse que son normales, lo que en efecto se corrobora en la mayoría de los que los padecen por su favorable evolución en muchos casos. Pueden estar presentes en cortos períodos de tiempo y luego desaparecen sin rastro, dando ello pié a relacionarlos con algún acontecimiento circunstancial o emocional de éstas personas.

     Los tics son cuatro veces más frecuentes en los niños y tienen una gran variabilidad clínica, siendo los más expresivos los motores poco relevantes, como guiños y parpadeos, muecas o movimientos del cuello, considerándose entonces como tics simples. Seguramente los aprecian antes los propios sujetos, aunque tiendan a ignorarlos, siendo más habitual que les llame la atención a los familiares y a los amigos. En ocasiones se justifican por molestias en la garganta, como cuando aparecen en forma de un carraspeo, o con un picor en los ojos cuando presentan los guiños característicos, motivando en éstos casos una consulta innecesaria a su oftalmólogo.

     Más problemáticos son los tics cuando se presentan en forma de movimientos alarmantes, como propulsión de un brazo, sobresaltos evidentes u otras manifestaciones motoras peculiares. Además pueden asociarse a vocablos bruscos inmotivados, incluso con palabras malsonantes, socialmente inapropiadas, todo ello bajo la denominación de tics complejos. La referida coprolalia llama mucho la atención, aunque solo está presente en la décima parte de los casos.

     El mayor problemas de los tics es su cronicidad pues su persistencia durante más de un año, aunque sea con fases de intermitencia, condiciona el llamado síndrome de Tourette, descrito en 1885 por el neurólogo francés Georges Gilles de la Tourette. El síndrome tiene una base neurobiológica muy estudiada en cientos de artículos científicos y se considera un trastorno del neurodesarrollo de base genética, como ocurre en la mayoría de estos trastornos que son expresivos de una disfunción frontal cerebral.

     Los mecanismos cerebrales implicados en el síndrome de Tourette corresponden a los ganglios basales y al eje cortico-subcortical cerebral, como parte integrante de los circuitos corticoestriados-talamocorticales relacionados con los neurotransmisores dopamina y noradrenalina. Se ha descrito el síndrome asociado a otras entidades como el trastorno obsesivo convulsivo (TOC), ansiedad o el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), sugiriéndose en algunos de estos últimos casos que la presencia de tics están relacionados con la medicación estimulante, hechos no confirmados por la medicina de la evidencia.

     El tratamiento de los tics es multidisciplinar, debiéndose analizar las circunstancias asociadas y las comorbilidades descritas para determinar el fármaco oportuno, comenzado con los denominados antipsicóticos atípicos de acción bloqueante postsináptica. Pero los medicamentos deben contemplarse asociados a una terapia cognitiva conductual, especialmente si se aprecian síntomas obsesivos compulsivos, y a la intervención psicopedagógica en los niños con TDAH.

     El pronóstico es favorable en la mayoría de los casos de tics pues suelen resolverse de forma espontánea, pero debe tenerse muy presente su persistencia en el tiempo para darle la importancia debida. Hay que evitar que un síntoma que inicialmente suele pasar desapercibido deje de ser un trastorno transitorio y se convierta en un síndrome que requiera la mayor atención hacia quienes lo padecen. Nunca deben menospreciarse unos síntomas como los tics, aunque sean leves, pues son señales de alerta cuya evolución debemos atender y controlar.

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Blog sobre los retos del desarrollo neuronal de los niños en una sociedad cada vez más exigente

Sobre el autor

Neuropediatra, Doctor en Medicina y Cirugía. Fundador y Director del Instituto Valenciano Neurología Pediátrica (INVANEP). Ex Jefe del Servicio de Neuropediatría del Hospital Universitario La Fe de Valencia (desde 1978 hasta 2013). Ver CV completo


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