Cansado tras una mañana de mirar y remirar estanterías, mesas y muebles de toda índole, acabé en el restaurante. Me cobraron por darme un vaso vacío y me indicaron que lo podía rellenar en la máquina correspondiente cuantas veces quisiera. Así lo hice y en el último sorbo de esa cola aguada vi lo que nunca pensaba encontrar en Ikea. En el culo del vaso ponía: “Made in Italy”.
La semana que viene se celebra ‘I Saloni’, la feria del mueble más importante del mundo porque en Milán se reúne lo mejor de lo mejor del diseño. Desde su exposición se decide lo que estará de moda en cada rincón de una vivienda. De hecho, los que acuden allí se reconocen como el non plus ultra del diseño. Son los ídolos a seguir.
Creo que la fabrica ubicada en Italia que hace vasos para Ikea no acude a ‘I Saloni’. De hecho, estoy convencido que no es una empresa con glamour. Sin embargo, ha conseguido tener como cliente a la mayor multinacional del comercio de muebles en Europa. Seguro que cuando conozcan la facturación de los glamourosos en ‘I Saloni’ se parten de risa. Mientras esto ocurra en un feo polígono industrial, estos mismos genios del diseño hablarán de los desarropados y pobres proletarios que nunca podrán tocar sus exclusivas creaciones y se jactarán de que esa subespecie humana (los no glamourosos) se tienen que limitar con visitar Ikea.
A la vuelta a Valencia, me di cuenta de que aquí pasa lo mismo. Sólo eres bueno y bonito si no eres barato. Nadie se enorgullece de fabricar cosas que valgan cinco céntimos si hay alguien que por el mismo producto es capaz de cobrar 50 euros. Pero claro, ahora recuerdo que el problema de la industria de la Comunitat es que aquí es caro producir y por eso hay que internacionalizarse e irse a producir a China o India.
Las bolas de cristal necesitan pasar la revisión para darse cuenta que sus visiones no son verdades absolutas porque hay italianos, suecos y españoles que siguen llegando muy bien a fin de mes gracias a fabricar barato, a hacer cosas que la gente necesita a un precio reducido.