Esta es la historia de Bunny. Muchos al verla por la calle, cuando su ama aún no se había convertido en su verduga, debían pensar al cruzarse con ella: ‘¡Uf!, me cambio de acera, no sea que me vaya a pegar un bocado, que con los pitbulls nunca se sabe…”. La leyenda negra que acompaña a esta raza. El estigma que no se pueden quitar de encima los perros de presa. Eso pese a que razas como los collies, huskys o samoyedos, por su carácter nervioso o cruce de genes caninos, acaban resultando más nerviosos y, por ello, propensos a protagonizar alguna que otra agresión. Quizás ese estigma fue la razón que llevó a su propietaria a abandonarla. La siempre acusadora mirada de otras madres cuando sus niños intentaban tocar su cabezota. El recelo de los dueños de otros perros. La injusticia en la que caemos siempre que generalizamos. Con perros o con humanos.
No pretendo negar que los pitbulls, los Staffordshire, los dogos argentinos, los rottweiler o los presas canarios llevan en su ADN la agresividad, la defensa de los humanos que los propios humanos les hemos inculcado. Aunque luego aborrezcamos de ellos. Pero sólo hay una gran verdad: un perro es lo que es su amo. Si el amo es un descerebrado, el can lo será. Si no, será todo lo contrario: un corderillo. En este post, lo de “una imagen vale más que mil palabras” alcanza la proporción de verdad absoluta. Así que no escribiré más. Ha sido lo justo para introducir este maravilloso vídeo. El vídeo del rescate de Bunny. El vídeo con el que, si alguien después de verlo sigue pensando que los pitbulls son perros asesinos, es que no le cabe ni un ápice de cordura ni ternura en el cuerpo.