“Te has pasado con el perejil”
Aimar San Miguel
“Nunca trabajes con niños, con animales o con Charles Laughton”. Lo decía Hitchcock. Y a un maestro como él no hay quien tenga valor de contradecirle. Quedémonos con los primeros sujetos, los niños. Sí, esos locos bajitos, que hacen gracia para un ratito pero que, según como sean, pueden llegar a convertirse en una pesadilla.
En la pequeña pantalla los niños provocan recelo, uno nunca adivina cómo van a afectar a lo que estás viendo. No sabes si el pequeño en cuestión te va a resultar poco creíble, te va a cargar, será un soso o un repelente. Ya se sabe que quien con niños se acuesta mojado se levanta, así que, por norma no suelo consumir en televisión nada que lleve como ingrediente a un mocoso.
También por esa regla general me tengo que comer mis propias palabras, retractarme de lo dicho y convertirme en incongruente. A eso voy.
Por casualidad me topé hace unos días con la versión infantil que en TVE se han sacado de la manga de ‘Masterchef’, el programa de éxito que ha provocado que ahora en la televisión haya más fogones que cámaras. Había advertido (como si a alguien le importase) que no vería este invento, que bastante niño iba a aguantar en estos días navideños como buen tío que soy. Pero lo vi. Y me quedé fascinado con un muchacho de nueve años que me parece, de lejos, uno de los personajes más interesantes que ha parido la pequeña pantalla en meses.
Se llama Aimar y es el más pequeño de cuantos participan en el concurso de marras. Fue eliminado en la semifinal, pero ya ha quedado en el recuerdo de muchos espectadores. Dijo en la presentación que quería formar parte del espacio para aprender y divertirse y que sus platos estrella son las cestitas rellenas, la paella y la pasta. Asegura que lo que sabe lo ha aprendido viendo a Arguiñano y que lo mismo prepara una tartaleta de verdura y fruta que una merluza en salsa. Debo reconocer que, dada mi inaptitud para sujetar correctamente una sartén, profeso especial admiración hacia cualquiera que sea capaz de preparar un guiso medianamente elaborado. En ese sentido, todos los concursantes de ‘Masterchef’, pese a que a la mayoría les saco casi treinta años, me dan ciento cincuenta y seis vueltas.
Pero más allá de su destreza en la cocina a Aimar hay que reconocerle que tiene un gancho con la cámara brutal. Supongo que la inocencia juega mucho a su favor y también supongo (y alabo) que la educación que ha recibido el chaval ha sido todo un éxito. No se acompleja, no se calla, no es artificial. Mientras que el resto de niños (que están en esa edad difícil a las puertas de la adolescencia) tratan de aparentar ser más mayores, o de resultar muy aplicados, o de parecer graciosos, Aimar simplemente es natural. Eureka, naturalidad en televisión. Esto sí que no estamos acostumbrados a verlo.
No se amilana cuando sus compañeros le dan la espalda por ser más pequeño y les resulta un estorbo, o cuando se cachondean por algunas de sus salidas de tono. Lejos de acobardarse él no deja de ser participativo y de mostrar su afán por aprender y ayudar. Mientras que el resto se esfuerza por ganarse el favor del jurado, él se lo ha metido en el bolsillo con su espontaneidad. No le da ningún temor no resultar apropiado o políticamente correcto. Por muy loco que sea lo que se le ocurre él lo cuenta provocando en los otros niños esa risa nerviosa de quien quiere aparentar lo que no es.
Aimar es un crack. En el segundo programa les plantearon el reto de modelar un muñeco para decorar una tarta. Vimos niñas con lazos, señores paticortos y chefs con gorro. Aimar se echó el trapo de cocina a la cabeza y se esmeró en fabricar un oso con cresta y guitarra que acompañó con la historia de que ese oso en realidad debería haber llevado unas esposas porque había robado la guitarra. Desbordó imaginación y no se aplacó por miedo a salirse de lo convencional y ser el diferente. A Aimar, por el momento, eso le da bastante igual. Ojalá le dure mucho. Porque ser el diferente, a ciertas edades, no es nada sencillo. El friki o el raro acaba después siendo el más interesante, pero eso, de crío, no se sabe aún.
El muchacho merece un programa sólo para él, sin desmerecer a algunos de sus compañeros, que también parecen buenos chavales aunque con menos estrella que Aimar. Con eso se nace. Y este chaval ha nacido con ella. A ver si nadie se la apaga.
Lo que pensaba el otro día, mientras comprobaba la naturalidad e inocencia del cocinillas vasco frente a las cámaras, es que estaría muy bien que echasen un vistazo a su actuación en el programa de TVE muchos de esos niños que, por azar, porque les gusta, o porque les llevan los papás al casting, terminan trabajando en la pequeña pantalla.
Ya dije antes que es raro que un crío me resulte convincente o interesante en la tele. A menudo la culpa es de los guionistas que les suelen adjudicar papeles planos y plagados de clichés. Es como esas personas que hablan a los niños tratándoles de atontados, poniendo voz de pito y utilizando diminutivos de lo más absurdos. O, peor aún, cuando nos los dibujan como chavales súper avispados que sueltan frases propias de adultos que nadie creería que se les han ocurrido a ellos. Me venían a la cabeza el niño de ‘Médico de familia’, o los de ‘El internado’, o la panda de ‘Los Serrano’. Y cuidado que esto no es algo exclusivo de la ficción española, que en la extranjera también hay unos cuantos ejemplos de locos bajitos que al espectador se le atragantan. Ahí están todos los de Canal Disney para dar fe de ello. O las jovencitas de ‘Padres forzosos’. O algunos (casi todos) de los de ‘Aquellos maravillosos años’. Mención aparte merece el hijo de Brody en ‘Homeland’, que ha pasado completamente inadvertido las tres temporadas, incluso en la última, en la que ya había pegado el estirón.
Pero siempre hay excepciones que se salen de la norma, chavales que, como Aimar, no tratan de aparentar nada y transmiten verdad en sus interpretaciones. En esas estaba el niño de ‘Aquí no hay quien viva’ (al que ya ni se le reconoce en la secuela de la serie, ‘La que se avecina’), o el de ‘Farmacia de guardia’ (que perdió la gracia de mayor en el instituto de ‘Compañeros’). O todos los de ‘Modern Family’, que son parte del éxito de la serie, empezando por el entrañable Manny y terminando por el desorientado de Luke. Qué bien dirigidos que están y que poco impostados resultan.
Y es que la clave se halla en mostrarse tal cual es uno (esto debería funcionar a cualquier edad), sin simular ni que se es más listo, más agudo o más cómico. Cuidado con Aimar que, con esas, ha robado planos sin parar a los mismísimos Pepe y Samantha, jurados del ‘Masterchef’.
Un acierto en el cásting. Pero, sobre todo, un acierto cómo está siendo educado este crío. Sea quien sea quien lo haya hecho que le pase la fórmula a Wert, que estamos necesitados (y lo estaremos en el futuro) de personas sin pelos en la lengua y con ganas de soñar.
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