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Mikel Labastida

El síndrome de Darrin

¿Se están acabando todas las series buenas?

“Nunca quise trabajar en televisión. Lo hice por el dinero”

David Chase


 

Habrá oído hablar de la tercera edad de oro de la televisión. El término no es nuevo, se lleva empleando desde hace casi quince años, desde que empezó el siglo y comenzaron a producirse para la pequeña pantalla ficciones de enorme calidad y argumentos arriesgados que trascendían los productos que hasta el momento se habían visto por ese medio. ¿Uno de los primeros ejemplos de esta era y posiblemente el título más emblemático? Sí, sí, ha acertado: Los Soprano. Quince años hace que se estrenó la historia de Tony Soprano y todavía hoy se sigue dando vueltas y discutiendo sobre su final. Las series se han ido sucediendo y se han ido convirtiendo en fenómenos culturales e incluso sociales (mira Perdidos o Juego de tronos), que trascienden del mero entretenimiento. Pero ¿hasta cuándo va a durar esta época? ¿Se están mostrando ya síntomas de agotamiento? ¿Está la burbuja a punto de estallar?

¿Se han acabado ya las series buenas?

Vayamos por partes. Hagamos un poco de historia para situarnos. La primera edad de oro de la televisión se fija entre finales de los 40 y mediados de los 50, cuando nacen series que sientan precedentes para que las que se realizan en la actualidad, como la duración y el esquema, aunque usen formatos más próximos al teatro y contengan episodios independientes sin relación entre sí.

En la década de los 80 se sucede la segunda era de oro, que se caracteriza por la proliferación de dramas televisivos con personajes más complejos y tramas con continuidad, que iban más allá de un capítulo, por lo que se podía ir profundizando en ellas.

Canción triste de Hill Street marca para muchos críticos y estudiosos el inicio de esta época. Brett Martin explica cómo surgió este título en el estupendo libro ‘Hombres fuera de serie’. Cuenta que los creadores del serial presentaron a la NBC (que estaba desesperada por contar con un drama policial) un programa que al mismo tiempo que cumplía las exigencias comerciales de la cadena concedía a los creadores libertad para lograr algo más valioso. Ya en el capítulo piloto se notaba que aquello era diferente: se mezclaban drama y comedia, la historia era narrada a través de múltiples personajes, las tramas se solapaban y no se cerraban, y el entorno familiar había sido sustituido por el laboral. Son características muy comunes ahora, pero no lo eran entonces.

“La NBC estaba inquieta. Un memorándum de 1980 incluía una relación exhaustiva de sus preocupaciones: la principal reacción de la audiencia indicaba que el programa era deprimente y violento; en la historia se acumulaban demasiadas cosas; los personajes principales son considerados incapaces y poseedores de personalidades llenas de defectos…”, explica Martin. Afortunadamente la cadena siguió apostando por esta ficción, pese a sus pobres índices de audiencia, y gran parte del público la fue descubriendo y se mantuvo en antena hasta 1987. A ésta le sucedieron otras como La ley de Los Ángeles o Urgencias. Pero sus verdaderas herederas tardarían todavía en llegar.

 

Hay que remontarse a finales de los noventa para comenzar a hablar del punto de inicio del momento que vive la televisión actual (al menos en Estados Unidos). La cadena HBO (que se financia en Estados Unidos gracias a sus suscriptores) había comenzado a producir sus propios contenidos para no depender del cine y de los eventos deportivos, pero no daría el gran campanazo hasta que se decidió a poner en marcha una idea de David Chase sobre una banda de mafiosos que controlan Nueva Jersey, que había sido rechazada por muchas otras emisoras. Los Soprano empezó encandilando a la crítica y poco a poco fue interesando a los espectadores, que siguen acercándose a ella como quien lo hace a una obra de arte.

Tony Soprano, un tipo sin escrúpulos, machista y violento, daba la vuelta a los protagonistas habituales de la ficción catódica y acaparaba la atención de unos espectadores que entraban con él en dimensiones diferentes de la ficción y eran obligados a reordenar los límites de su moral. Los Soprano es el referente más laureado y celebrado, pero por aquel entonces HBO ya emitía otros títulos que se encargaban de derribar tabúes y límites y que también tuvieron mucho que ver con los muros que en los últimos años se han caído. Me refiero a Oz, la serie sobre una cárcel que cuestionaba el sistema penitenciario y la eficacia de la rehabilitación social, y Sexo en Nueva York, un tratado sobre la sexualidad humana a través de cuatro mujeres modernas y desinhibidas con un planteamiento más cercano a lo superficial que a lo trascendental.   

Al éxito de todas ellas también contribuyó el cambio en los hábitos de consumo. Las series ya no sólo se ven en televisión, sino también a través de la pantalla del ordenador y por medio de DVDs, lo que permite a cada espectador gestionar los capítulos y decidir cómo verlos.

 

Empieza el siglo XXI y cada temporada van llegando un puñado de series dispuestas a revolucionar la televisión, a influir en la cultura actual y a ganar adeptos por todas partes del mundo.

En 2001 iniciaron su andadura 24, Alias o A dos metros bajo tierra. En 2002 se estrenan The Shield o The wire. Un año después se presenta Dos hombres y medio. 2004 es el año de Perdidos, Mujeres desesperadas, House, Deadwood o Veronica Mars. En 2005 comenzaron The office, Weeds o Roma. En 2006 nacieron 30 Rock, Dexter y Big love, mientras que en 2007 fue el turno de The big bang theory, Damages y Mad Men. Breaking bad comienza en 2008, al igual que Fringe o True blood.  En 2009 aparecieron The good wife y Modern family.

En los años siguientes se han estrenado otras series relevantes, como Juego de tronos, Homeland o The walking dead, aunque hay que reconocer que cada vez cuesta más sorprender y provocar al espectador, que han sido los factores determinantes de las series de última generación.

 

Si la temporada pasada se despedía por todo lo alto Breaking bad, en esta que comienza será el momento de hacer lo mismo para algunos de los títulos más importantes de los últimos años. Los primeros en hacerlo han sido Californication (que se había agotado hace ya varios cursos), The Killing (que ha optado por un final almibarado que desvirtúa todo el trabajo anterior) y True blood (convertida en los últimos años en una parodia de sí misma). A éstas seguirán Sons of anarchy, Mad Men, Glee, The newsroom (tras no cumplir las expectativas), Parenthood, Dos hombres y medio y Boardwalk Empire. El creador de esta última daba una clave interesante hace unos días cuando reconoció que no se veía capaz de seguir “estirando” la trama.

 

Y es que no es fácil mantener el nivel de una serie en un punto alto durante años. Homeland es un buen ejemplo de ello. Después de dos temporadas soberbias, la tercera fue incomprendida por buena parte de la audiencia, pese a mantener el listón. ¿El problema? Posiblemente haber estirado demasiado el chicle. Y tienen intención de seguir haciéndolo pues en breve comienza una cuarta tanda de capítulos con un argumento, eso sí, completamente diferente. Orange is the new black firmó una brillante primera temporada y, sin embargo, la segunda no ha logrado estar a la altura. Posiblemente una excepción a esta regla sea The good wife, que va mejorando y superándose temporada tras temporada, aunque su continuidad siempre se pone en duda por sus ajustados datos de audiencia.

 

¿Hay sucesoras para tantas series que se marchan? No parece. Ninguna al menos con el impacto de Breaking bad, que ha logrado equipararse con las grandes, con Los Soprano o The wire, liga en la que también figurará Mad Men. Todas ellas coinciden en haber logrado irrumpir con fuerza en el panorama catódico y en haber sabido mantener el nivel durante varios años. Están Girls o House of cards por ejemplo, pero pese a la calidad de ambas andan todavía lejos de dejar la huella de las anteriores.

La proliferación de series pasa factura a la industria y ya ha dado algunos síntomas de agotamiento. Uno de ellos por ejemplo es la falta de ideas, que conduce a recurrir a películas que ahora serán adaptadas a la televisión (como ’12 monos’, ‘American Pyscho’, ‘Sutther Island’ o ‘Pactar con el diablo’). No tiene por qué ser algo negativo, como se ha demostrado con el caso de Fargo, pero no deja de mostrar que la imaginación se agota.

 

La tendencia que se observa de un tiempo a esta parte es a construir historias que se resuelven en plazos más cortos. Mantener el nivel cinco años es complicado, por lo que es preferible marcarse periodos menos largos. American Horror Story inauguró esta tendencia: se conserva la marca, pero la historia se renueva. Ryan Murphy decidió crear una serie de terror con principio y fin, por lo que cada curso inventa un argumento y compone personajes diferentes. Cada temporada comparte estilos y actores, pero cada una de ellas es autoconclusiva e independiente. La última temporada ni siquiera se sostenía durante 13 capítulos, como para intentar estirarla más.

 

La aclamada Fargo sólo cuenta con diez capítulos y en el final se cierran todas las tramas y se resuelve el argumento principal. Tendrá segunda temporada pero se planteará una historia diferente. Los denominadores comunes serán la ubicación y el estilo. Lo mismo sucede con True detective, para la que se creó un argumento capaz de sostenerse durante ocho episodios. La próxima tanda contará con otros protagonistas y otras vivencias. Se conserva la marca, pero se renuevan las tramas. El fenómeno se contagia a otras industrias, a la británica por ejemplo. Las primeras temporadas de las magníficas Happy valley y Broadchurch comienzan y acaban y podrían funcionar perfectamente como miniseries. La única razón por la que se mantienen es porque la marca se ha convertido en un distintivo de calidad y eso vende.

 

¿Es este el comienzo de un fin de ciclo? ¿Está la poderosa industria americana dando síntomas de desgaste? ¿Estará la tercera edad de oro escribiendo su epílogo? No hay que ser alarmistas. Habrá que ir resolviendo estas preguntas, a medida que analicemos las nuevas propuestas de las distintas cadenas americanas, que comenzarán en unos días y que, para ser sinceros, no han despertado demasiado entusiasmo.

 


 

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Sobre el autor

Crecí con 'Un, dos, tres', 'La bola de cristal' y 'Si lo sé no vengo'. Jugaba con la enciclopedia a 'El tiempo es oro' imitando al dedo de Janine. Confieso que yo también dije alguna vez a mi reloj: "Kitt, te necesito". Se repiten en mi cabeza los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. Tomo copas en el Bada Bing. Trafico con marihuana en Agrestic y con cristal azul en Albuquerque. Veo desde la ventana a mi vecino desnudo. El asesino del hielo se me aparece en cada esquina y no me importaría que terminase con mi vida para dar con mis huesos en la funeraria Fisher.


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