“El alquiler está imposible” podría ser el titular de cualquier periódico español o una conversación oída en el andén del metro. Quizás incluso el título de una película de Alfredo Landa. Lo cierto es que el innegable alza de los precios del alquiler de viviendas de larga duración en España es uno de esos pocos temas que se perciben casi igual en las publicaciones económicas y en los grupos de WhatsApp.
El precio de la vivienda de alquiler sube en las zonas más demandadas de un puñado de grandes ciudades. Pronto se acusó a la invasión turística y hasta alguien pintó Turist go home en una basílica barcelonesa del siglo XIV. Poco después empezaron a llegar las recetas políticas al entuerto, todas en forma de prohibición de las viviendas turísticas. Y eso a pesar de que son sólo un pequeño porcentaje de todas las que no están destinadas al uso permanente. La inmensa mayoría son, en realidad, despachos y consultas ilegales y, sobre todo, viviendas vacías.
Que el precio de la vivienda sube no se puede discutir. Las recetas para calmarlo, son otra cosa. Mientras las política se centra en hacerle la guerra al alquiler vacacional, nadie mira al verdadero problema: las viviendas sin uso y fuera del mercado –también del turístico- y las dificultades para la compra, opción tradicionalmente preferida de los españoles.
Y es que no es difícil encontrar pequeños propietarios temerosos de alquilar. Razones no les faltan: un impago de la renta puede convertirse en un pleito infinito y costoso, que retrase años la solución, si es que llega a encontrarse. A la vez, la posibilidad de cambiar de opinión y recuperar la vivienda –casi todos los propietarios poseen una única vivienda en alquiler- se enfrenta a una duración excesiva de los contratos: el plazo mínimo de 3 años para los inquilinos en España contrasta con el de 1 año de la legislación francesa, un país que suele ponerse de ejemplo por sus políticas de vivienda.
Los precios siguen subiendo, porque para muchos alquilar es su única opción por las dificultades al crédito que soportan los jóvenes hoy, que están pagando los errores de la generación pasada, la de los desmanes de la burbuja. En nada contribuyen las modificaciones legales de los últimos años para beneficiar a los deudores hipotecarios que hacen el negocio de prestar menos atractivo para los bancos y más arriesgado. Eso lo pagan sus nuevos clientes.
Para otros, alquilar no será la única opción, pero sí la más ventajosa: sólo el alquiler –y no la compra de vivienda- disfruta de incentivos fiscales en el IRPF. A veces, incluso, es la única opción viable pues pese a que hay cientos de miles de viviendas vacías en España, suelen estar en desarrollos urbanísticos fracasados en las periferias más remotas, sin transporte público ni dotaciones. En cambio, las políticas de rehabilitación y regeneración urbana –para recuperar espacios degradados en la ciudad- fracasan, y no se pone en el mercado nuevo suelo para viviendas verdaderamente atractivo para los compradores.
El cóctel mólotov está preparado: una mitad de oferta menguante por los temores y las restricciones legales y otra de demanda creciente por la necesidad y la falta de alternativas. Los precios suben –quizás no tanto como parece-, mientras no hacemos nada por evitarlo. Que nadie acerque la cerilla.