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Víctor Soriano

Reinterpretando el mapa

El show de Greta

Abre el periódico, enciende la televisión o navega en Twitter. Allí está ella. Es Greta. Y ha venido a abroncarte. Solo con un nombre de pila que suena a cuento infantil, ustedes, lectores informados, ya saben de quién hablamos. La adolescente sueca ya es un personaje mundial, aupada por los habituales excesos de la prensa de corte anglosajón que magnifica –para bien y para mal- casi cualquier cosa; de aquella que ha declarado una emergencia climática que ya no significa nada, porque siempre necesita más. Greta está en Nueva York en la cumbre del clima y, en vez de la cumbre, se habla de Greta. Ha viajado hasta allí en un velero –por cierto, de armador Grimaldi y con banderín del club de yates más exclusivo del mundo- para no emitir gases de efecto invernadero en volando, claro. Y se habla de su viaje, y no del clima.

Algunos han querido hacer de Greta un símbolo, la Libertad de Delacroix que alza la bandera verde. La prensa ha visto a una nueva, joven y nórdica Rigoberta Menchú. Pero no. Y no es que no tenga mérito que una estudiante de secundaria con problemas para socializar liderara un movimiento en su escuela, en su país, en el mundo, de manifestaciones contra el cambio climático. Lo tiene. Pero ahí acaba el mérito propio y comienza el relato ajeno. El relato equivocado.

No negaré el poder mediático de Greta. Está ahí, es innegable. Nadie recordará en una semana el discurso del presidente Macron –el líder mundial más comprometido con la lucha frente al cambio climático- a la Asamblea General de las Naciones Unidas, pero habrá memes con la cara de Greta al paso del presidente Trump durante años. Y, sin embargo, Greta es un instrumento político. Países como China, la India, Indonesia o Madagascar han tolerado y fomentado ecocidios, han incrementado el calentamiento atmosférico sin medida, y, sin embargo, no encuentran su censura, mientras Alemania y Francia, impulsores del fin de las emisiones, son señalados por la niña sueca.

Ni siquiera el ecologismo militante debería encontrar en ella una portavoz; mucho menos puede hacerlo el ambientalismo responsable. El discurso de Greta infantiliza una lucha legítima y necesaria, menosprecia el trabajo de los expertos –dentro y fuera del IPCC-, descentra el debate de lo importante –aunque no lo parezca, era el cambio climático- y genera odios innecesarios hacia una batalla que debe ser de todos, sin distinciones, y para la que nada consigue la criminalización generalizada de todos cuantos no pueden tragar con el esperpento.

Greta es una niña y, no se equivoque, esto no va con ella. Ella es una activista de un éxito arrollador y encomiable, un ejemplo de liderazgo. Ella era la candidata perfecta para personificar la lucha contra algunos de los problemas ambientales que nos acechan. Y, por eso, se han aprovechado. ¿Y si dejamos ya el espectáculo y hablamos de cambio climático?

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Sobre el autor

Víctor Soriano i Piqueras es abogado y profesor de Derecho Administrativo. Tras graduarse en Derecho y en Geografía y Medio Ambiente realizó un máster en Derecho Ambiental en la Universidad 'Tor Vergata' de Roma, además de otros estudios de postgrado, y ha publicado, entre otros, el libro "La huerta de Valencia: un paisaje menguante".


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