Siempre me ha parecido un chaval genial. Desde aquella frase que pronunció con el apogeo de Beckhams, Ronaldos (el gordo) y Zidanes y que yo grabaría a fuego en todos los chavales, futbolistas o no, de hoy en día: “¿Galáctico? Yo no soy galáctico, yo soy de Móstoles”, respondió a las preguntas de un periodista acerca de si él era otra pieza del universo florentiniano. Quizás aquella sentencia fue también la puntilla, nada más empezar, de la relación de Iker Casillas con el todopoderoso Florentino Pérez.
Y de aquellos polvos, estos lodos (en el sentido terrenal de la expresión, ojito…). Tal vez de la nada forzada humildad de Casillas en aquellos tiempos ha salido el muy forzado homenaje que finalmente el Galáctico Florentino se ha visto obligado a dar al símbolo del madridismo en su adiós, con la bana sonora de ‘Florentino, dimisión’ e ‘Iker, Iker’ en la grada del Bernabéu. Todo ello después de un vapuleo de la prensa nacional e internacional por el tratamiento del Real Madrid, de un hervir de casi 48 horas de las redes sociales por la manera del Real Madrid de tratar la salida del guardameta y de una corriente de indignación en toda España. Un tuit que leí de @anitacobos lo resume todo a la perfección: “Iker perdió su magia, pero el Madrid perdió el respeto”. Y el señorío que tanto proclama, diría yo…
Pero claro que este post no va de fútbol. Va de perros. Del perro de Casillas. No por vagancia del portero. Me temo que nunca fue así. Ya lo dice Del Bosque, cuando recuerda al Iker chaval, con 9 años, llegando el primero a la ciudad deportiva del Madrid, cuando los jugadores aún llegaban en coches normales y no en elefantiásicos deportivos y galácticos bemeuves. Así nos va… Pero al lío, que me lío. El perro de Iker Casillas es otra prueba de que el de Móstoles es un buen chaval. Kant dijo una vez: “Podemos juzgar el corazón de una persona por la forma en que trata a los animales”. Sé que me repito como la salsa de ostras de la ternera china con esta frase, pero es que me encanta. Y Casillas demuestra que tiene buen corazón con su mascota.
Su perro se llama Doce, hace años que vive a su lado, y no es tampoco un perro galáctico. Podía Iker tener un can exótico (un chow-chow), ultracaro o muy sofisticado. Pero no. Tampoco es que sea un pobre chucho mestizo de la calle, pues Doce es un Golden Retriever de lo más mono, de pura raza y mono. Pero era un can abandonado. Iker y Sara Carbonero lo adoptaron cuando aún no eran padres de Martín y sus paseos por el barrio de La Finca (la urbanización de lujo en la que viven -o vivían hasta ahora-, a 2,5 milloncejos su casa, que aquí si hay Galaxia) forman parte de la carnaza de la prensa rosa. Y pudiendo tener el más ultramono, ultrapijo y de ultraraza de los perros, Iker optó por un can abandonado, dejado a la mano de Dios en una protectora y destinado a un sacrificio.
Otro gesto que le honra y que demuestra que sí, que Iker Casillas es un buen tipo. Y claro, luego hasta los propios perros tratan de imitarle. Que se lo digan a Purin, este Beagle que triunfa en la red como ‘el otro Casillas’.