Era escuchar esta sintonía y colocarme yo, fijo como un clavo, delante del televisor. Luego, la impecable dicción de Féliz Rodríguez de la Fuente, esa que le llevó a ser incluso propuesto por muchos para la Real Academia de La Lengua por su inigualable manera de hablar y de cuidar la lengua, esa era la que me hipnotizaba durante los 50 minutos que solían durar los inigualables e irrepetibles episodios de ‘El hombre y la tierra’. No creo que superara yo los 10 años ( y muchos menos) cuando el Amigo Félix me atrapaba sin parpadear delante de la tele. Recuerdo aquello entre brumas, en medio de una evocación infantil en la que todo son sensaciones y muy pocos los hechos concretos. Pero sí me acuerdo de ver muchos de esos episodios en casa de unos amigos de mis padres. Vicente y Carmen. Mientras los adultos hablaban alrededor de una mesa, yo me colocaba, creo recordar sin dudar sobre la distancia, a apenas unos palmos de la tele, listo a no perderme ni un sólo detalle. Entonces no se estilaba aquello de “niño-apartate-de-la-tele-que-es-malo-para-los-ojos”. Entonces no había tantas cosas que se consideraban “malas-para-los-niños” como ahora. Quizás éramos niños más inconscientes, pero seguramente también niños más felices.
Y allí, delante de aquella televisión, se paraba el mundo para mí. Daba igual lo que pasara alrededor. Que mis padres y sus amigos hablaran más alto o más bajo. O que la perra de los amigos de mis padres, una pequeña mestiza de colores blanco y canela, con bastante mala leche (inofensiva, pero que defendía celosamente su ‘hogar’ con pequeños ”bocadetes” a mí y a mi hermano) irrumpiera en el comedor. Aunque tras algunos ”incidentes” leves caninos, la pobre chuchilla (pobre porque siempre fue inofensiva y, al fin y al cabo sólo defendía su ‘territorio’) acabó, o bien encerrada en una habitación alejada del comedor, o con un bozal que evitaba todo susto con sus colmillos.
Aunque a mí, como digo, me daba todo igual. Para mí sólo existía el Amigo Félix y sus bellas escenas en la tele. El pasado 14 de marzo se cumplieron 35 años de su muerte. Y con su marcha, España se quedaba huérfana de conciencia ecológica. Quizás sea mi recuerdo mágico, inocente e ideal de niño. Pero creo que jamás nadie ha defendido la naturaleza, ni ha hecho tanto por ella como Don Félix Rodríguez de la Fuente. En mis brumosos recuerdos infantiles recuerdo los majestuosos andares del lince, a la majestuosa Águila Real capturando una cabra montesa y despeñándola contra unos riscos para después devorarla. Algunos ineptos, porque de envidiosos con el éxito vamos sobrados en España, lo criticaron por “maltrato animal” por escenas como estas. Permítanme una respuesta: ¡¡JA!!
Cómo olvidar al Ámigo Félix jugueteando con los lobos, esos elegantes antepasados del perro tan denostados aún en aquella época y que él glosó como nadie. Tanto que hasta crió dos lobitos para los que se convirtió en el ‘macho-alfa’ de la manada, el líder del grupo. Y con ellos retozaba a menudo ante la cámara. Cómo olvidar a aquellas lechuzas girando y girando sus cabezas desde las ramas de los árboles. Con la hipnotizante y deliciosa voz del Maestro narrando cada instante y cada escena. O la deliciosa danza de apareamiento de los urogallos. O deleitarse con un grupo de jabatillos mamando de su madre en un episodio dedicado íntegramente al jabalí. O quedarse embobado escuchando al Maestro hablando del Azor, esa rapaz que a Félix tanto le fascinaba.
O ver por primera vez en televisión a un Oso Pardo, levantado sobre sus patas traseras, venteando el terreno. O a ver en unas simples siglas, ICONA, las que pertenecían al Instituto de Conservación de la Naturaleza, el equivalente al hoy gris Ministerio de Medio Ambiente, unas letras que para un niño se volvían casi mágicas, como el escudo de los heraldos encargados de la defensa de la naturaleza. Hasta un ente administrativo gris e inhóspito era capaz de volverlo mágico el Amigo Félix.
Claro que después se han hecho documentales mucho mejores técnicamente y con imágenes de mayor factura audiovisual. Lógico con los medios hoy al alcance de los realizadores de los mismos. Pero nadie (quizás salvando al Maestro Cousteau) ha derrochado la magia, la sensibilidad, el cariño y la pasión con el mundo animal que hasta su misma muerte, filmando la famosa carrera Iditarod Trail Sled Dog Race de Alaska, la prueba de perros de trineo más importante del mundo, no dejo de hacer gala el gran Don Félix Rodríguez de la Fuente. Me la trae al pairo que utilizara animales amaestrados, o domesticados, para muchas de sus escenas, como le critican algunos de sus detractores (pobres infelices…). O que empleara pieles rellenas de paja como reclamo para atraer ante sus cámaras a animales salvajes, carroñeros o rapaces. Y qué más da… Lo que cuenta es que nadie ha sembrado en la sociedad un amor tal por la naturaleza. Nadie logró, en este hoy adulto que hace 30 años era un niño, infundir tal amor por la naturaleza. Seguro que en ser el amante de los perros y de otros animales que hoy me considero que soy tiene mucha parte de ‘culpa’ el Amigo Félix.
¡Ah! Y terminaré con otro recuerdo de aquel niño. Aún me rememoro a mí mismo, caminando solitario por los bosques de Piqueras del Castillo (Cuenca), imitando la voz del maestro mientras imaginaba que en cualquier momento aparecía un sigiloso lince tras un pino, narrando como en la rama de un nogal oteaba atento una lechuza o apostando su mismo acento fingiendo que sobre las copas de los chopos planeaba majestuoso el eficaz azor. Hasta hoy, por infantil que parezca, se me sigue poniendo la piel de gallina oyendo aquel tema de Enrique y Ana.
GRACIAS, AMIGO FÉLIX