La reciente declaración de inconstitucionalidad de la ley de Custodia Compartida ha vuelto a poner sobre la mesa el derecho foral valenciano. La Valencia foral parece cada vez más el Paraíso perdido, la Arcadia griega o la Utopía de Tomás Moro. Pero nada más lejos de la realidad. Sólo en la imaginería nacionalista el tiempo pasado fue mejor. Quizá en su momento fue algo positivo, pero hoy mirar esa época como algo a recuperar es como poco una muestra de ignorancia.
Valencia tenía sus leyes, se autogobernaba, dicen. Una afirmación no del todo exacta que forma parte de la leyenda de forma que la reivindicación del derecho foral se parece cada vez más a la construcción seguida por los diferentes mitos nacionalistas a lo largo de la historia y que alcanzó su paroximo en el nacionalsocialismo aleman de Adolf Hitler.
De forma inocente, o no tanto, se está buscando la construcción de un mito valenciano, tal y como Cataluña, Euskadi, Alemania, Serbia o Italia lo hicieron en su momento. Todos ellos basados en una ideología nacida en el romanticismo alemán del siglo XIX, especialmente a partir de Johann Fichte, que identifica identidad cultural, y sobre todo lingüística, con nación y que un siglo después dio lugar a algunos de los peores totalitarismos de la historia.
Estamos, además, ante un proceso de manipulación histórica que ni siquiera es original y que marcha claramente en contra de la actual tendencia histórica en favor de la solidaridad, de abrir las puertas y eliminar fronteras. Resulta por ello paradójico que quien defiende estas posiciones decimonónicas se queje del aumento de la xenofobia.
La Valencia foral no era la Arcadia. El sistema foral no era una democracia. Ni tan siquiera su germen. Era más bien un sistema en el que había unos privilegiados, muy pocos, y luego el resto de la población sometida a la arbitrariedad de sus señores (independientemente fueran reyes, nobles o autoridades municipales).
Es cierto que en Valencia los fueros supusieron una disminución del poder de la aristocracia, pero en favor del rey, no del pueblo. Más tarde, cuando el monarca tuvo bajo control a la nobleza, aprovechó la revuelta de las Germanías para eliminar numerosos privilegios de Les Corts y desde ese momento pudo actuar a discreción en todo el ámbito del antiguo Reino de Valencia con su voluntad como única ley válida.
Los fueros establecieron una sociedad rígida, sin casi posibilidad de ascenso social y donde el progreso y desarrollo eran prácticamnte un imposible.
Además, si bien es cierto que los fueros permitieron a Valencia tener en el siglo XV su época de gloria, no lo es menos que contribuyeron a perpetuar un sistema que frenó cualquier tipo de avance e innovación en el Reino de Valencia, como en otros muchos lugares de Europa, retrasando la entrada de los nuevos aires de la Ilustración, de la revolución agrícola, industrial y política, un retroceso del que no se recuperó hasta bien entrado el siglo XX.
Durante la tan admirada época foral, si un valenciano quería comerciar con el Reino de Castilla tenía que pagar impuestos. En este paráiso perdido los gremios frenaban cualquier tipo de avance tecnológico.
Los fueros incluían la pena capital para la que había múltiples variaciones: horca, garrote, decapitación, degollación y hoguera. No se excluía el descuartizamiento ni ser enterrado vivo. Además, se incluía entre los castigos la mutilación.
Con la pena de muerte se castigaba, entre otros crímenes, la violación, talar viñas o trigo, la sodomía, el aborto o la brujería.
Ya se ve que no es oro todo lo que reluce.