Curtido en mil batallas, Sotos sigue cultivando, en Tiempo al tiempo, su innegable pasión por los sonidos rockeros de manual
Canta Juan Carlos Sotos en Una oportunidad aquello de «viviendo del pasado no se come», mientras, con voz rota, brinda al respetable una de las composiciones más recomendables de Tiempo al tiempo, su último trabajo, que presenta el próximo día 3 de junio en la sala 16 Toneladas. Y hace bien, el artista, aplicándose esta máxima. Más que nada, porque resulta complicado mirar adelante cuando uno ha estado a punto de rozar el cielo. Tras militar en diversas formaciones de la tierra, allá por finales de los 80 y principios de los 90 del siglo pasado, nuestro protagonista se convirtió en columna maestra de La Rocka, uno de los proyectos valencianos con más proyección de aquella época. Aquella manera de combinar riffs clásicos con los elementos más directos del rock latino les colocó en los primeros puestos de las quinielas para mutar en una de nuestras formaciones con más posibilidades (llegaron a acompañar a Simple Minds en su gira española de 1995): «Eran otros tiempos. La cultura no estaba tan dejada. Pocos grupos continúan pasados tantos años. Ahora, las bandas se desmoralizan viendo el panorama. En el caso de La Rocka había mucho feeling en todos los aspectos. Trabajamos mucho, y eso consiguió crear una banda con muy buen sonido y muchas posibilidades. Pero, desgraciadamente, no todo acabó tan bien como esperábamos. Las drogas hicieron mucho daño, y eso se reflejó en los dos últimos años del grupo. Aún sigo flipando cuando me preguntan si hay posibilidad de un regreso», asegura.
Efectivamente, «son tiempos duros», que grita rabioso Sotos en Mucho rock, un tema que resume, a la perfección, la filosofía de vida de este creador que, a lo largo de estos años, ha brindado algunas de sus composiciones a artistas como Jaime Urrutia (Mentiras, Si la vida te lo da), otro digno superviviente y damnificado de la cruel memoria selectiva de esta sociedad. ¿Resulta complicado seguir, como la mayoría de creadores de este país, levantándose cuando la montaña rusa viene de bajada, y seguir trabajando desde la base? «Es complicado siempre. La única solución es la constancia, y las ganas de seguir trabajando pase lo que pase. Un artista tiene que levantarse todos los días sabiendo a qué se dedica, aunque a veces tenga que tirar de otros trabajos para poder subsistir». Pese a la dureza que emana de muchas de sus composiciones, y la realidad con la que lidia diariamente cualquier ser humano que quiere dedicarse a la cultura, no se equivoquen, el músico lo tiene claro cuando se le pregunta si comulga más con apocalípticos o integrados: «Siempre optimista. A pesar de que a mi entender hay mucho grupo sobrevalorado. Pero mi optimismo es sobre todo porque veo que está volviendo a resurgir el rock, que es algo que hacía mucha falta en esta ciudad. Hablo de propuestas como Los Zigarros e Isma Romero, que han abierto los ojos a las multinacionales y, como no, a la gente más joven».
Todos estos años de lucha, por cierto, hicieron que Sotos se convirtiera en hermano de escenario y estudio de grandes como Esteban Hirschfeld, Ariel Rot, Jorge Explosion, Leiva o Guille Martín, el mismo que hizo, años ha, de nexo de unión entre Juan Carlos y un Candy Caramelo que, tiempo después, produciría su último trabajo: «La idea surgió porque escuché alguna de sus producciones y tenía muy claro que nos entenderíamos a la perfección. Quería un disco más rock que el anterior y me puse en contacto con él para que escuchase mis canciones. Desde el primer momento tuvimos muy buena conexión y nos pusimos a trabajar de inmediato». Un disco, efectivamente, mucho más directo, crudo y desnudo que aquel Vuelvo a entrar con el cual Sotos se estrenó, hace tres años, en solitario: «Fue un trabajo que se llevó a cabo muy rápido. Nunca había tenido la oportunidad de mostrarme en solitario. Grabé un primer single, Una noche más, sin ningún tipo de pretensión, pero eso me llevó a querer más, y sin pensarlo me metí en el estudio para grabar canciones que compuse con La Rocka, y el resultado final fue muy satisfactorio».
Tanto, que Juan Carlos siguió ideando, sin prisa, nuevas creaciones cuyas letras, como antaño, siguen abordando lo cotidiano: «Me gusta hablar de momentos vividos y de mis emociones, sin ningún tipo de tapujo. Justamente en este disco, digamos, muestro mis tripas. Textos que hablan de lo acontecido a lo largo de un año de muchas penas y, cómo no, alegrías». Y, todo ello, efectivamente, recubierto de un clasicismo rockero, eso sí, mucho más curtido y endurecido con el paso del tiempo: «Lógicamente, con los años vas adquiriendo más conocimientos musicales, pero sigo componiendo con mi guitarra acústica, cosa difícil a la hora de llevar un tema a un terreno más rock. Siempre intento enfocar las canciones hacia ese terreno. Luego, el trabajo ya es más de estudio, para sacarle el máximo partido posible».
Y en ésas, como apuntábamos, llegó Caramelo para pasar por su filtro lo ideado, para que acabara cristalizando en una colección de canciones directa y, por momentos, intensa. Sin artificios, que reivindica a las grandes figuras del rock hispano (de ambos lados del charco): «Es una producción que perfectamente se puede ejecutar en formato trío. Como diría mi amigo [Roberto] El Gato: ¡Sotos, caballo y rey!», sentencia.
Y ya que el propio artista menciona a una de las cabezas visibles del combo, junto a Sotos se subirá al escenario del 16 Toneladas una de las formaciones con más actitud de nuestro panorama musical, Los Vicentes, cuyos directos son un compendio de rock gamberro y personalidad, precisamente, la que atesoran sus miembros, curtidos en mil y una batallas a lo largo del devenir de la historia de la música valenciana de las últimas décadas. Una manera tan sentida y auténtica de entender riffs y redobles que, hace unos meses, les valió el concurso en el Ciudad Rock de Lima, donde compartieron tablas con artistas de la talla de Cafe Tacvba, Enanitos Verdes, Hombres G o Fito Páez, ante 30.000 almas.
El disco de la semana
Beethoven era negro (Hall of fame, 2016)
No nos cansaremos de repetirlo: La alocada pasión de Luis González por no cesar de embarcarse en proyectos musicales (no es que «haga», más bien «no para de hacer») es tan sólo comparable a su ocurrente e irónica capacidad para reinventarse y sorprender. Es cierto (ese sendero filosófico no está exento de riesgos) que hay quien contempla esa tremenda obsesión de Luis por tratar de emular la incontinencia creativa de su admirado Frank Zappa, desde la indulgencia. Nada más lejos de la realidad: En uno de los 35 (sí, 35) trabajos que Caballero Reynaldo ha publicado en sus dos décadas de vida, posiblemente haya más imaginación, rebeldía y cultura musical que en las anodinas discografías completas de bandas con mucha más proyección.
Y, precisamente, eso es lo que ha querido reivindicar el artista con este Beethoven era negro: Rendir tributo a una manera peculiarmente anárquica y autárquica de entender el arte. Un total de 30 canciones que pretenden convertirse en un recorrido por buena parte de la obra de un artista que, en compañía de innumerables compañeros de andanzas, ha sido capaz, tanto de idear embriagadoras creaciones propias, como deconstruir clásicos de la historia de la música, dotándoles de una dimensión, en ocasiones, sorprendente. De esta manera, reconforta comprobar cómo piezas tan lúcidas como El silencio solo no nos sirve, conviven con celebradas adaptaciones de los inmensos Dream a little dream of me, el Song 2 de Blur (casi irreconocible), o una Something stupid mágicamente abordada por Rebeca Ibáñez. Acompaña a su edición en cedé un libreto de 28 páginas convertido en una (faltaría más) personal y sentida narración en torno al devenir por esos caminos, durante estos 20 años, de este hombre venido de Utopía.