Johnny B. Zero regresa, rotundo, con el que se convertirá en uno de los discos valencianos de la temporada
Bendito sea el día, hace media década, en el cual Juanma Pastor decidió dejar Austria para retornar a esta tierra. Ávido por demostrar que era capaz de brindar al respetable toda aquella variada cultura musical atesorada, a partir de desconcertantes trallazos, dejó boquiabierta a media escena musical valenciana merced a aquel magno riff, el de Planted like a tree, que abría, áspero, su primera referencia sonora, Mayday! (Outsiders Films and Music, 2014); una criatura descarada, cruda y descarnada, a la que siguió, el año pasado, el epé Crystal Totems (Ham House Recordings), un disco que, tal vez, no obtuvo la repercusión merecida. Esto, evidentemente, no hizo más que picar a un Pastor que, lejos de amilanarse, ha decidido fabricar un Birds (Hall of Fame) que, desde el segundo cero (Insane), ha llegado para abofetear a todo aquel que tenga las agallas de enfrentarse a él.
A partir de referencias que viajan por la historia de la música contemporánea (de Arctic Monkeys, a Jon Spencer, pasando por Iron Maiden o John Lee Hooker), este trabajo supone un salto de calidad y riesgo indiscutible en la trayectoria de Johnny B. Zero. Buena culpa, además, la tiene la incorporación, a la familia, del saxo de Pablo Pérez y el violín de Marta Domingo: «Marta es muy buena y creativa, y sus aportaciones en Mess around y Birds nos gustaron desde el minuto uno. Pablo vino para quedarse. Lo vimos tocando en el momento en que Julio [Fuertes, otro de los pilares del proyecto] y yo pensábamos en cuál debía ser la nueva formación. Nuestra primera impresión fue querer hacer algo con él aunque hubiese tocado el clarinete. Es un músico con una personalidad tremenda y con muchas cosas que decir, y creo que eso se percibe desde la primera nota que grabó en el disco. Ahora es parte fija de la banda», asegura, orgulloso, Juanma.
La variedad estilística de este trabajo es absoluta: blues eléctrico, jazz, soul, funky, disco, psicodelia, gospel, ritmos tribales… No debe de resultar sencillo idear y componer ante tal cantidad de referentes, ¿no? «Sí. Hay muchos tipos de ritmos en Birds, pero no ha sido algo premeditado. Cuando escribo canciones lo hago desde una perspectiva mucho más sentimental que todo eso. Soy muy curioso y me interesan mucho las personas, la música, el cine, el arte… Supongo que todo eso sale a la superficie cuando compongo. En el disco hay mucha variedad de sonidos y ritmos, pero eso se ha derivado de un proceso elaborado de producción. Music Rooms ha crecido a la vez que Johnny B. Zero, y, ni Carlos Ortigosa [productor de cabecera], ni nosotros, somos gente de muchos recursos económicos, con lo que hemos tenido que esperar a que el estudio creciera con el tiempo para poder trabajar con toda la libertad que nos hubiera gustado tener en Mayday!. A partir de ahí, experimentar con las texturas que nos han interesado ha sido mucho más sencillo. Nos gustan muchos estilos de música y no hemos renunciado a coquetear con cualquiera, por caprichoso que fuera».
No obstante, y pese a lo que pudiera parecer a priori, también ayudado por su personal textura de voz y por ese espíritu de distorsión, innato en la banda, existe una especie de coherencia, de marca de la casa. ¿Ha sido consciente de esa línea global, Pastor, a la hora de trabajar en el material de que disponía? «Sí y no. Está claro que, cuando empezamos a grabar material nuevo, somos conscientes de que estamos trabajando en Johnny B. Zero, y eso implica ciertas marcas: mi voz, mi guitarra, Julio en un rol muy determinado y una disposición a la experimentación muy particular. Pero, a la par, tanto Julio como yo somos bastante desprendidos. Te sorprendería escuchar tomas de voz, guitarra o sintetizador que se han descartado y que están ejecutadas con mucho más carácter o perfección que las que están en el disco. Pero no era lo que pretendíamos hacer, y se han quedado fuera. Por esa razón creo que no somos tan autoindulgentes, ni celebramos algo parecido a una idea de Johnny B. Zero ideal. Ni mucho menos», aclara.
Pese a que en el disco también han participado Lukas Laimer (en el combo, desde su gestación) y Luis Cirulli (a la batería), y Nando Vidagañ (bajo), la formación actual, como el espíritu del grupo, es totalmente abierta: «Es muy peculiar. Llevamos un sintetizador haciendo de bajo, saxo, batería y guitarra. Creo que es muy estimulante porque, por un asunto de color sonoro, se genera una situación que nos empuja a ser muy imaginativos». No obstante, buena parte de la esencia de Johnny B. Zero, efectivamente, pasa por la figura de Juanma Pastor (composición, producción, incluso realización de clips). ¿Molesta que se personalice el proyecto tan sólo en una figura? «Pues, la verdad es que no me molesta, porque es ser coherente con la idea original. Yo marco la dirección u ‘oriento’, pero en Johnny B. Zero todo músico que graba, una vez se ha subido al tren, tiene muchísima libertad creativa. Y, por supuesto, la figura de Julio es importantísima. Es un cerebro que está en todas partes, es necesario. En otra entrevista se me ocurrió el símil chorra de que Julio y yo somos en la banda como Kirk (Juanma) y Spock (Julio)».
Tres discos, y tres sellos diferentes. No obstante, quien conozca las filosofías profesionales y vitales de Juanma y Luis González (responsable de Hall of Fame), adivinará que Birds (que será presentado en Valencia, en el Loco Club, el 25 de febrero) ha encontrado el vehículo perfecto donde asentarse: «Luis representa lo que siempre queremos: alguien que tenga fe en la música y entienda lo que estamos haciendo. Ya nos propuso sacar Mayday! con Hall of Fame, pero en su momento las cosas salieron de otra manera. Esta vez todo ha cuadrado y nos sentimos muy bien con la situación. Además, Luis es otro alborotador, y eso nos gusta».
Pastor asegura que ya no se obsesiona, como antaño, a la hora de cincelar uno de sus recursos con más pegada, esos explosivos riffs («me inspiro en Hendrix, The Beatles, Prince, Iron Maiden, el Clapton de los 60…»), capaces de hacer temblar al más hierático: «Esta es como la historia del niño que se obsesiona con la métrica y los versos, o con la pintura, y, cuando se hace mayor, para él es simplemente un recurso con el que juega o destruye. De adolescente toqué muchísimo la guitarra y me atraía la lógica que había detrás de un riff, o una sucesión de acordes. Luego crecí y me cansé de todo eso. Ahora me gusta deconstruir riffs, y, a veces, hasta tocarlos mal. Creo que ahí está la energía del tema, en que no me los tomo muy en serio», explica.
Porque, cualquier ser humano con dos dedos de frente caerá en la cuenta de que Juanma no es un creador al uso. Y si podemos llegar a imaginarnos lo imbricado del proceso de gestación, sin duda podemos tratar de hacernos una idea de cómo trabaja Johnny B. Zero en el estudio, con Ortigosa a los mandos («no es, para nada, un tipo autocomplaciente, que busque lo fácil y siga las reglas de lo correcto, y eso nos interesa»). Todo apunta a que es allí donde más se experimenta, donde el contenido final realmente se afianza y toma forma. ¿Es así? «Sí. En general yo soy el alborotador. Siempre lo pongo todo patas arriba y propongo cosas extravagantes. Julio y Carlos tienen más sentido común. Pero siempre acabamos los tres probando y experimentando con sonidos sin ninguna contención. Por ejemplo, en un tema como Insane, una canción que tenía potencial de single, decidimos panear completamente la batería a un lado, con lo que, si apagas ese altavoz, suena la canción sin batería. Creímos que era estimulante correr ese tipo de riesgo en temas clave».
Como clave suelen ser los textos de Johnny B. Zero, aunque, tal vez, dé la sensación de que, no obstante, no acaban de brillar lo suficiente, ya no sólo por la cuestión del idioma, sino también por lo complicado de asomar cabeza entre tan abrumadora oferta sonora. ¿Preocupa? «Es posible, pero no queremos renunciar a que la música pierda sofisticación para que una cosa se entienda mejor que la otra. Creo que eso forma parte de la propuesta de Johnny B. Zero: que nada sea tan obvio. De cualquier manera, con que se preste atención a algún estribillo uno se da cuenta de que hay algo más. ‘When I’m all alone / I feel like I’m on sale / In a plastic bag / You can buy me away‘… En realidad, siempre que se nos ha dado la oportunidad, la gente se ha quedado con la cosa. Hace poco sonó Walking the fields en [el espacio radiofónico] Carne Cruda (#259), y una guarda forestal, al programa siguiente, leyó una carta muy emocionante que terminaba diciendo, muy políticamente: ‘I don’t want to sing this song all alone‘ mientras sonaba nuestra canción de fondo».
Y, entre tanto mensaje, diversos conceptos, términos y palabras recurrentes, en algunos de los textos de Johnny B. Zero. Nosotros hemos reparado en dos de ellos, presentes en varios de los temas del grupo: ‘Tree’ y ‘Mother’. ¿Pura coincidencia, una cuestión del subconsciente…? «Sí. Son dos ideas cerca de las cuales siempre estoy rondando. ‘Tree’ (árbol), tiene reminiscencias bíblicas; el árbol del conocimiento y el árbol de sicomoro. Esta imagen representa, para mí, el canon, la tradición. En Johnny B. Zero, la tensión entre tradición y ruptura es esencial. Es parte fundamental de nuestra música. Por ejemplo, en Planted like a tree, el árbol es algo que nos inmoviliza y que, a la vez, nos hace lo que somos. En Charles B. ella (Emma Bovary) tala el árbol de sicomoro que representa la tradición. Por otro lado, crecí con mi madre en un ambiente exclusivamente femenino. Mi madre y mi tía eran dos personas rapaces discutiendo de política. Mi referente de autoridad y conocimiento es ése. Así es que, en muchos momentos, apelo a mi madre, ‘mother’, y, de alguna manera, dialogo con ella», concluye Pastor.
Los discos de la semana
Meridian Response (Autoeditado, 2016)
De una suerte de supergrupo como el compuesto por Marta Domingo (voz), Luis Martín (guitarra) y Gilberto Aubán (teclados), arropados, además, por nombres como los de Rebeca Ibáñez (a los coros) y Carlos Ortigosa (a la producción), no podía nacer nada baladí. Meridian Response son una más de las pruebas que confirman que la música valenciana vive uno de los momentos más ilusionantes y apasionantes de su historia. Triunfadores en la última edición del Sona la Dipu, la banda se ha marcado un disco de debut absolutamente brillante, repleto de entresijos entre los cuales uno disfruta perdiéndose. Ayuda, y de qué manera, el enigmático, personalísimo y versátil registro de una Marta que roza el cielo en piezas como la volátil Summer house o la compacta Fox track, y que es capaz de dar un puñetazo en la mesa en unas Against me o Silver lining de esencia más folk.
Ilusiones EP (Autoeditado, 2017)
Frank Mills, además de aquel pianista canadiense, popular por aquella celebérrima Music Box Dancer, es un cuarteto valenciano enamorado de la psicodelia y el pop más lisérgico. Apasionados, como el lector intuirá, del horror vacui, se estrenan con un epé en el cual dan rienda suelta a sus pasiones musicales más ocultas, rindiendo merecido homenaje a gigantes de la música anglosajona y española (ese evidente guiño al imprescindible Cerca de las estrellas, de Los Pekenikes). Oscilando entre los sonidos más oscuros (la recta final de Buscaré otro mundo) y la brillantez afilada (todo el desarrollo de Whising, running and giving), este Ilusiones EP, no obstante, se nos queda corto.