El percusionista y compositor valenciano Pepe Cantó presenta ‘Vida’, inmerso en un océano de mestizaje y luz
«Tiquitiquitá-tacatá-tacatacatum-tacatá», marca la voz de Pepe Cantó en el inicio de Triste comme des albaes parisiennes, y define, de manera clara y cristalina, la filosofía, tanto de su último trabajo, Vida (PICAP, 2016), como del devenir de la carrera de este inquieto compositor y percusionista (su próxima cita en directo, el 2 de abril en la Casa de la Cultura de La Pobla de Vallbona), curtido en mil viajes por incontables mares y océanos y, tal vez por eso, amante de la fusión, de empaparse de aquí y de allá y, al final, pasarlo todo por el tamiz de su raíz mediterránea: «Mi música es bastante sencilla, desde el punto de vista de la composición, aunque los arreglos y la producción la hacen parecer más compleja. Siempre he pensado que el virtuosismo (velocidad, métrica, polirritmia, etc…) tiene que ir parejo a la composición, pues, si no, caemos en artificios innecesarios. A mí me interesa más la estética, la belleza, y eso a veces se consigue con una sola nota en el momento oportuno. En cuanto a lo interpretativo, siempre busco músicos no excesivos que sepan utilizar su técnica para engrandecer el tema, y no para su lucimiento personal. En este caso, Pau Chafer, Tóbal Rentero y Vicente Ferrer son un ejemplo de cómo músicos con un grandísimo nivel técnico, emplean sus dotes para situar mi música en un estadio superior», aclara un Cantó que se siente como pez en el agua cuando se le pregunta sobre los placeres sensoriales que supone viajar artística y musicalmente y, sobre todo, dejarse empapar por todo aquello que vale la pena: «Para mí, indudablemente, lo es. Pero comprendo y necesito que existan otros músicos que se centran en estilos muy definidos. Lo necesito porque son ellos los que desarrollan los lenguajes musicales en, bien sea, las músicas de raíz, el folk, el jazz, el flamenco, el pop, o cualquier estilo del que me nutra. Yo soy más una especie de turista vampiro. Escucho, analizo, estudio y trato de entender las reglas de los estilos que me resultan sugerentes. Luego succiono esa esencia y la empleo conforme me pide el cuerpo. Siempre me he sentido un apátrida musical, y tal vez por ello un poco ciudadano del mundo».
Por eso mismo, Vida huele a (ya lo apuntábamos) luz mediterránea, pero también a Atlántico, a Sur, a Jota… A nivel práctico, de composición y desarrollo, ¿es sencillo tratar de asimilar todas esas influencias y sensaciones? ¿Qué parte de emocional y qué parte de racional hay en ese proceso? «De forma natural, siempre he trabajado la música, como instrumentista o compositor, con, valga la expresión, bastante Ying-Yang. Primero llegan esas sensaciones sonoras que, a través del oído, inundan tu cerebro; momentos de dicha un tanto irracional que te capturan y te hacen entrar en esa especie de trance sensitivo que la música posee. A partir de ahí y de forma, insisto, natural, aparece en mi cerebro una especie de censor director que va apartando endorfinas y hormonas ‘happy’, y va situando las cosas en su sitio, buscando un orden. Hay momentos de disputa entre ese Ying-Yang musical, que a veces se convierten en un tormento, pero siempre se llega a ese punto intermedio entre el sentimiento y la razón», explica.
Este mes de febrero, Vida se colocó en el Top 20 del World Music Charts Europe, una lista en la que se evidencia la pasión que, en muchos puntos del planeta, despiertan los ritmos tradicionales puestos al día; su arraigo y su condición de normalidad musical y artística. Son incontables las formaciones valencianas, pasadas y presentes, que vienen desarrollando este tipo de arte con mucha dignidad. No obstante, ¿tienen la difusión que merecen en su propia tierra? «Son muchos los factores que afectan a esa falta de difusión. Tendríamos que empezar analizando nuestro atraso de tejido industrial en cuanto a cultura se refiere y, a la vez, el desprecio hacia las formas musicales tradicionales que, durante muchos años, por causas histórico-políticas, vimos como rancias, obsoletas y retrógradas. Parece mentira, pero aún no acabamos de salir de ese hoyo. Creo que el problema estriba en que, en otros países, la música tradicional se ha desarrollado de forma natural y ha crecido junto a otras formas de músicas populares, incluso clásicas, sin complejos. Esto ha hecho que exista un entramado de medios de comunicación, de discográficas y de directos, más amplio y, no nos olvidemos, unos oyentes más acostumbrados. En definitiva, hay más mercado y por tanto más difusión porque se genera más riqueza, cosa que aquí no sucede de momento».
No obstante, resultaría injusto no reparar en el lento pero constante cambio que, parece, viene produciéndose en la escena musical valenciana. No sólo a partir de clásicos del género, sino también de nuevas generaciones que comienzan a evidenciar su pasión por mezclar pop y rock con esencia tradicional (¿es que ya nos hemos olvidado del magno Tuactes i rebomboris de Mox?). ¿Suele Pepe Cantó frecuentar las nuevas cosechas?: «Lo intento, pero he de confesar que me es imposible. La producción valenciana, sobre todo en las nuevas generaciones, es cuantitativamente inabarcable. Yo no había visto, y no digo escuchado, a tantos grupos y artistas, entre jóvenes y emergentes, en toda mi vida en Valencia. Gracias a las redes, estoy al día de lo que se cuece; otra cosa es escuchar en serio, con el radar enchufado», confiesa, mientras recuerda los incontables y variados proyectos en los que, desde hace tres décadas, se ha embarcado para mostrar su buen hacer (Revólver, Miguel Ríos, Seguridad Social, Miquel Gil, Ximo Tébar, Presuntos Implicados, Ana Torroja, Al Tall, Lolita…). Sinceramente, ¿quién ha aportado más a quién? «Hay trabajos en los que se te impone tu parte, casi que nota a nota; otros en los que tienes algo de participación creativa, y otros en los que se te da manga ancha porque te conocen y buscan tu estilo. Luego están los artistas o grupos para los que he trabajado en directo, donde sí suele existir ese espacio de foro, de discutir y compartir ideas, en las que lo natural sería aprender unos de otros. Yo puedo decir que he aprendido de todos ellos. De unos más, y, de otros, menos, pero, como se suele decir: de todo se aprende, y, si no, es que no te has aplicado. Y si a veces no ha sido de los artistas directamente, pues lo ha sido de sus productores, arreglistas, ingenieros… Lo que no sé es si alguien ha aprendido algo de mí; si es así, que se pronuncie [ríe]».
Y en todo ese trajín como colaborador y productor, casi que se le olvidó a Pepe mostrar su propio universo en solitario. Cantó tardó demasiado en ‘volar libre’. No fue hasta finales de 2014 (sin contar la maravillosa aventura de Terminal Sur) cuando publicó su primer trabajo en solitario, De aquí para allá (PICAP). ¿Por qué? «Yo empiezo mi andadura profesional como percusionista, y mi máxima aspiración juvenil era tocar bien; así de simple. Mi carácter curioso hace que también empiece a coquetear con otros instrumentos como los teclados y la guitarra, y en el 90 empiezo a trastear con secuenciadores, ordenadores, midi y demás artilugios electrónicos. Eso me posibilita participar en trabajos como programador, como arreglista de bases y, posteriormente, como productor. Es en éstas donde empiezo a guardar apuntes, a completar estructuras, a casi acabar temas, y todo eso va formando un universo sonoro que voy almacenando en discos duros, libretitas de gusanillo y hojas de partitura, pero que, tal vez, por timidez o complejos, pienso que no pueden gustar a nadie. Un día, una persona de la profesión, muy merecedora de mi respeto, lo escucha en mi casa por casualidad y me anima a acabarlo y a mostrarlo. Y le hice caso. Tal vez no es usual pretender empezar una carrera como artista o compositor a determinada edad, pero como dijo Machado: se hace camino al andar», sentencia.
Nos despedimos de Pepe mientras suena el tema que cierra y da título a su último disco. Su condición de colofón final no es arbitrario. Tras tanto viajar, su melodía simboliza la arribada al hogar; la calma y la reflexión reposada frente al Mediterráneo. En el cielo, el azul intenso nos abruma. Entornamos los ojos mientras Cantó reflexiona sobre tres de las influencias básicas de cualquier amante de los ritmos tribales, primitivos: la sudamericana, la oriental y la africana: «Al margen del tipo de polirritmias que se utilizan, de su métrica o sus acentos, que, indudablemente, son diferentes, lo que más me atrae es el sentimiento y la provocación al baile. No sólo al baile como forma de expresión, o como disciplina, o como forma cultural, sino a la incitación al movimiento, aunque solo sea el de un pie. ¿Se puede escuchar a Salif Keïta, Natacha Atlas o Benny Moré, y mantener el cuerpo estático? Esa es una de las características que siempre intento incorporar a mi música. Está claro que no hago música de baile, pero necesito, casi incondicionalmente, incluir o insertar esa cadencia rítmica que te provoque algo de balanceo. Si alguien baila algún día un tema mío, seré muy feliz. Al fin y al cabo, sigo siendo, en esencia y como dicen en Uruguay, un tamborero; algo que, haga lo que haga, siempre estará ahí, y a mucha honra».
El disco de la semana
Cronología artificial (Autoeditado, 2017)
El proyecto encabezado por Paco Sanz sigue mereciendo mucha más suerte de la que viene atesorando desde que comenzó a caminar, oficialmente, en 2011, con la edición de Lápices de colores. Apoyado, habitualmente, en nombres ilustres de nuestra música como los de Isa Terrible, Dani Cardona, Roberto Fort o Nacho Sanz, a lo largo de estos años se ha rodeado de otras piezas clave de la escena valenciana como Manolo Bertrán, Rubén Marqués o Gilberto Aubán. Cronología artificial, la quinta de sus referencias bajo la marca El célebre Sr. Cometa (Sanz lleva en esto desde la última década del siglo pasado y atesora una dilatada trayectoria como cantautor), por su parte, ha contado, también, con el concurso de Remi Carreres y Carlos Gay. Como adivinará el lector, hay mimbres de sobra para justificar el razonamiento que nos empuja a reivindicar la figura de un artista entregado, en cuerpo y alma, a cultivar buen pop, desde que comenzó a dedicarse a ofrecer su arte al resto de la humanidad. Hablamos de pop del clásico, del suavemente brindado a partir de sensibilidad y cierta melancolía.
En esta ocasión, Paco y los suyos siguen consolidando todo lo conseguido con sus anteriores trabajos, mostrando su veneración hacia los grandes del género (el avispado lector ya habrá caído en la conexión del nombre del proyecto con el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band). De esta manera, no resulta complicado encontrar giros de sobra conocidos en la mágica Por primera vez que abre este disco, de la misma manera que cuesta muy poco enfrentarse a los derroteros más agridulces (ayuda la siempre embriagadora voz de Isa) de Medianoche en la Gran Vía. Todo ello, aderezado con muestras de aquella vena de trovador (Loco), innata en Sanz, y coronado con la emocionada El mundo del mañana.