“Oh, oh, oh, oh, oh.
Las cosas podían haber cambiado.
Oh, oh, oh, oh, oh.
Mayo del 68 en París”
Las rosas rojas de mayo, La Resistencia (1985)
Estamos convencidos de que no se nos sulfurarán si nos aventuramos a afirmar que el bueno de Mario Scasso atesora más espíritu y autenticidad rocanroleros él solo, que buena parte de ustedes y servidor juntos. La verdad, siempre nos hemos preguntado de dónde ha sido capaz de sacar, a lo largo de todas estas décadas, y sobre todo con esa apariencia enjuta y frágil, tal cantidad de toneladas de buen rollo y energía.
Sus inconfundibles melenas y bigotes, sus vistosos anillos y pulseras, su cotizada colección de camisetas de astros del rock, y, faltaría más, su inseparable cámara de fotos, han sido (siguen siendo, y lo serán) señas de identidad inapelables de una de las personalidades más inconfundibles que ha dado el reporterismo (sobre todo) gráfico musical de nuestro universo sonoro.
Su sapiencia y su inagotable cajón de anécdotas, chascarrillos y batallitas son un clásico. Casi tanto como verlo pasear con su perro Canuto. Tantas décadas de pasión por los riffs eternos y los agudos solos han dado para mucho, desde aquella vez que, a finales de los 70, vio en París a AC/DC. En todos estos años, ha viajado por las capitales de media Europa capturando a golpe de clic instantes mágicos de monstruos como KISS, Iron Maiden, Motörhead, Scorpions, Metallica, Deep Purple, Judas Priest, los Stones…, pero también ha tenido mucho tiempo para descubrir y difundir los sonidos de formaciones noveles. Trotamundos incorregible y buscavidas con encanto, Scasso decidió un día colgar el traje para hacer de casi todo en el mundo de la música, aunque la mayoría lo relacionamos con su pasión por los carretes y su labor en medios como Heavy Rock (también es pintor y poeta).
Pero, y aquí radica la madre del cordero, ante todo, Mario es un buen tipo. Un roquero de los de verdad, de los auténticos, pero vacío de maldad y fanfarroneos gratuitos. Y en éstas andábamos cuando gran parte del mundillo musical descubrió, en buena medida gracias al buen hacer y gran corazón de otro eterno de nuestra escena, el incombustible Manolo Rock (y un grupo de amigos), que nuestro protagonista anda fastidiado después de pasar casi dos meses en la UCI, y que, hoy más que nunca, necesita del buen rollo de todos aquellos a los que, a lo largo de su dilatado devenir por los mejores festivales y salas, pero también, los más inconfundibles tugurios y garitos, ha echado una mano. ¿De qué manera? Tienen toda la información en este enlace. En pocos días, las muestras de apoyo y las propuestas de iniciativas han comenzado a florecer, e incluso locales del ramo de diversos puntos de nuestra geografía han habilitado “botes solidarios”, y salas y bandas se han ofrecido, de manera altruista, para un posible concierto.
La respuesta de nuestra comunidad roquera, sobre todo, la que vive intensamente los sonidos contundentes (¡qué leches: la heavy de toda la vida!), efectivamente, ha sido tan inapelable, como justa. Tampoco nos ha extrañado demasiado. Más que nada, porque Scasso es un ser humano, de esos que valen la pena; de esos a los que, tal vez, la vida no siempre ha tratado de manera justa, aunque, eso sí, estamos convencidos de que cuando la tormenta amaine y volvamos a verle en los bares, seguro que se desmarcará, con esa perenne sonrisa picarona, con un “que me quiten lo bailao“. ¡Ánimo, Mario!