FLASH
El abandono
Carlos Pajuelo de Arcos
Hace unos días un lector me envía una nota dónde me advierte acerca de mi inclinación hacia la reflexión “abandonística”.
Sé que es una expresión bárbara pero inteligible y lo digo así porque empieza a ser una técnica de cierta sofisticación en su delicado entramado.
Al abandono al que yo me refiero está alejado, al menos semánticamente, de la cesión, del desistimiento, del descuido.
El abandono mío, objeto, digo, de mi ocupación es el del desamparo- por eso mi vecino el Dr. Gener habla hoy del amparo en contraposición.
Era frecuente en esta materia aplicarlo a los viejos que con sus achaques molestaban a la familia más directa, sobre todo cuando esta planeaba sus vacaciones de verano- ahora también las hay de invierno con el invento de la “semana blanca”- y no sabían qué hacer con su padre o con su madre.
Cómo siempre hay una enfermedad a mano en esas edades, lo mejor era llevarlo a urgencias y dejarlo allí, porque siempre alguien lo recogería, algún alma caritativa, solidaria con el otro.
A veces ocurría que un nieto entraba en crisis de conciencia e iba a hacerse cargo y las lágrimas del viejo rodaban por sus mejillas, nunca se sabe si por rabia o por agradecimiento.
Se hacen campañas sobre abandono de perros y todos cuecen la baba en la comisura de los labios e incluso hay gentes que alumbran sus ojos con la chispa del brillo lacrimal que, por cierto rima con criminal.
¿Por qué no se hace eso mismo en el caso del desamparo, o en el caso en que los viejos caen en manos de gentes que abusan de ellos con la coartada de cuidarlos?
Parece que algún valor se ha perdido y yo me acuerdo de mis padres que tuvieron consigo hasta el final a sus mayores, que eran los míos. Buenos días.
|