Son los pequeños detalles los que me alarman más. En el Registro de Gandía, dicen, que llevaban una semana sin tóner. En un Registro es como una semana sin pan.
Al tiempo en Zúrich pensaban en sí la pérfida Albión, o la madre Rusia o sí la Marca Ibérica se iban a llevar el mundial al agua, una nutrida representación, con el Ministro de Deportes, paladín del socialismo vigente, el Sr. Z a la cabeza, calentaban sus estómagos con viandas suizas, que no son moco de pavo.
El Registro sufría y la cola de penitentes en busca de un certificado también.
Un tóner llevaba una semana en la larga marcha de Valencia a Gandía; 65 km frente al AVE pato, que nos pondrá en el Retiro en 95 minutos. La primera diligencia frente al último AVE. Ave Cesar.
El tóner, se sabe, es un artilugio que tiene una analogía con la tinta y por eso lo llaman “tinta seca” y lo digo por informar. Solo tenían un tóner. Yo tengo dos y soy un particular.
El personal necesitado ‘ab ovo’ – desde el huevo, desde el origen -de los certificados, sin los cuáles un humano no es, llevaba una semana en cola humillante hasta llegar al ‘ovo’, hasta los huevos. Un espabilado dijo: ¿Oigan: por qué no organizamos una colecta y les compramos un tóner a estos probos funcionarios que están inmersos en el hastío?
Y he aquí que el respetable se lanzó ‘manu longa’ -pródigamente- a recoger óbolos y al final uno de la cola que tenía una empresa cerca y que le quedaba un repuesto lo vendió y un portavoz, digo, dirigiéndose a la más bella, supongo, la dijo: «Hágase el tóner» y el tóner de los huevos se hizo, tras una semana, tiempo bíblico de la creación.
El primer certificado salió bajo palio y aplausos de las masas que entraron en trance. Un funcionario pidió la baja, en plan controlador aéreo, por stress ‘tonerifico’
Contraste de la felicidad de aquellos pobres certificables con la triste monotonía de la lluvia en Zúrich y los cosacos de la estepa, al mando del macho alfa Putin, vodkeaban alrededor de un balón. Buenos días.