El desamor puede ser que sin tener un origen genético nazca casi enseguida; al mismo tiempo que nace el ser y por tanto creo que puede estar diluido en la desatención que el niño recibe al succionar del pecho de la madre la leche vivificante.
De cómo se dé ese pecho, de quién se lo dé y de cómo se lo quitan puede sembrase una semilla que, sin ser del diablo, se acerca al ‘despego’ por el otro, sea ese otro un herman@ o no.
Se puede generar un motor que se desarrolla con el ‘esto es mío’ y con el instinto del acaparamiento y que fructifica en egoísmo absoluto. El yo por encima de todo y si es así no hay solución o hay poca solución. Este número incluye un artículo precioso de la doctora González Candelas acerca de los ancianos y de su cuidado en Navidad. No hacer lo que ahí se dice supone claramente un acto de desamor.
Doy por sentada mi teoría y por ello a partir de ahí hay que poner en marcha un programa personal de ‘enamoramiento por la vida’ mediante el concurso de los otros y no hablo de poner la otra mejilla precisamente.
¿Qué hacer? ¿Conviene, a lo mejor, para restaurar hacer sufrir al otro el mismo desamor pero por poco tiempo?
¡Qué horrror! Puede que digan algunos. El castigo debe reinsertar no vengar. Es posible.
¿Conviene demostrar que pese a que te hacen daño o abandonan a otros hay que dar el ejemplo contrario? Es posible
También es posible que tras cada desamor hay una personalidad destrozada y para reconstruirla convendría saber porque está destrozada. Buenos días.