El medallero
Se ve quela cosa no va bien en materia de medallas y eso causa o causará- el tiempo me dará la razón- algunos problemas que sobrepasan lo estrictamente deportivo.
El hecho es aceptar que hay otros deportistas que corren, saltan reman, juegan más alto, más lejos y más rápido que nosotros y eso, se ve, duele en el alma nacional.
La cuestión que afecta al alma nacional es curiosa.
Hay, está visto en las lágrimas de quienes ven acercarse la bandera – en esos Juegos, en otros no me acuerdo, las banderas no se izan sino que se acercan colgadas de una guía que avanza hacia los atletas que están ahí en el pódium –al tiempo que oyen el himno del 1º entre los primeros, él o ella de la medalla de oro; decía que hay en eso de la bandera y el himno una especie de emoción implícita que se proyecta a los que asisten como espectadores cercanos o próximos según sea en el estadio en persona o en el sillón del plasma también cercanos.
Cuando tu país no está en ese podio una punzada especialmente rara te golpea y la decepción acompañada de razonamientos excluyentes y corrosivos avanza:
“Ya se sabía” “Es que no entrenan” “Claro, les quitamos las ayudas y luego pasa lo que pasa” y otros comentarios de mayor grado que no son aptos para ser escritos, digo, aquí.
Si además de espectador fuese político el que lo ve y sí además estuviera “incrustado” en el aparato destinado a preparar a esos atletas que han llegado hasta ahí-por lo tanto loa y alabanza a ellos- la cosa pasa de negro a negro absoluto y de hecho parece que el Presidente de la Federación de Tenis tiene una reunión a la vuelta, que en vez de venderlo tinto puede hacer peligrar los puestos de Sánchez Vicario (ella) y Corretja (el).
Supongo que eso pasará con casi todos los deportes.
Como quiera que los investigadores no pasan olimpiadas a ellos no los convoca nadie y les siguen recortando asignaciones.
No pasa nada, casi nadie se entera. El asunto se ha cronificado y el alma colectiva está mejor, no se entera.
La anestesia olímpica lo llena todo y hasta es posible que alguien diga aquello de: “Qué pena que esto no dure dos meses”. Digo dos meses por decir algo. Por el otoño mismo que a ver si escampa y en vez de caliente sea lluvioso, digo que dirá al que le preocupan las manifestaciones de protestas que arreciarán, y así pasará que, como en la maratón, hay rampas musculares que obligan a retirarse.
Bueno, estimados lectores agosteños, si alguien ahí le agradezco, la cosa está que arde y por eso han montado, por fin, un banco malo (eso es afirmar implícitamente que los otros son buenos y es, como dice uno que yo conozco, metafísicamente imposible).
Hoy veré lo que “echan” por la TV de Juegos y a ver si me animo y ando algo que es una vergüenza lo mío.
¿Pero usted no dice “voy a ver” cuando se despide? Me dice uno. Si, si, lo digo. Es una metáfora. Voy. Si, de vez en cuando, pero no tanto como debiera. Haré bici estática y así leo más. Buenos días