Somos pendulares
Cuando el luto por Adolfo Suarez está a punto de acabar, un aluvión de interrogantes se agolpan en mi cerebro.
Las instituciones y quienes las dirigen se han esforzado por recordar en la figura del muerto, las virtudes que lo adornaron como estadista, como visionario y audaz político que supo interpretar a la perfección su papel de catalizador de las esencias democráticas que, al parecer, teníamos los españoles de la época.
Nadie o casi nadie, salvo su familia supongo, habla de los 11 años de silencio producido por el Alzheimer, los años de blanca memoria donde la nada es el imperio de la neurona, donde las batallas ganadas se han perdido en el laberinto extraño de la enfermedad anti vanidad, la enfermedad de la perversión intelectual.
Son muchos años y la traición, la intriga, el desapego, la lucha por quienes compartieron con él el poder ha sido enterradas en el olvido; aquellos democratacristianos que fueron horadando la base de las certezas, ambiciosos de estar y mandar más, no pasearon a verle por el jardín del olvido y ,si acaso, esa foto del Rey, hecha por el hijo de espaldas a ambos, y que no significa nada, salvo un destello para quienes no conocieron al que desde el puesto de secretario de Herrero Tejedor, el joven educado que impresionaba a la esposa de este último y al que había que ayudar.
Todo eso puede pasar por un segundo mientras recuerdo el aire y el frío de la mañana segoviana el día de su misa de corpore “in sepulto” y , mire usted que cosas, el que fue “chusquero de la política” ha sido enterrado junto a su esposa en “tierra sagrada”, un interesante y extraño privilegio para un falangista afanoso del que también se ha dicho que no abandonó en los 2 últimos años a su esposa que estaba en trance canceroso. Muy bien
Recuerdo ahora a tantos que no abandonan en similares o parecidos trances a sus seres queridos que esa circunstancia los hace más humanos, menos ambiciosos.
Digo pendular porque aquí parece que pasamos del amor intenso, del recuerdo ennoblecido al olvido más aparatoso, de la admiración más intensa a la envidia más atroz.
No en vano dicen que somos un pueblo “cainita”. No estoy seguro. Lo que sí sé es que todos teníamos en la época algo que subsiste ahora, algo como las ganas de vivir en paz y libertad , aunque a veces sintamos como si alguien quisiera joder el escenario.
Estaría bien que lloráramos menos al muerto y atendiéramos un poco más al vivo…en general. Evitar el penduleo podría ayudar a evitar el que nos mareen. Buenos días.