La Plaza de La Virgen
El calor el sábado era agobiante. Uno de esos
días de poniente que los valencianos bautizamos como” ponentá” y hasta
algunas panaderías te decían que no, que no te daban el pan porque
estaba reseco y casi duro. Pensé que el pan antes era mejor y a mí me
gustaba el fresado, aunque ahora acudo al pan de leche por la cosa de
las encías. Nada de particular.
Estuve en la Plaza de la Virgen que yo
siempre la he considerado el origen de todo. A las siete y media de la
tarde, el Sol iluminaba una de las puertas de la iglesia, la de la
izquierda. Mi amiga y yo vimos allí unos mariachis y como me gustan las
rancheras le dije: “Vamos a ver que es” y fue el que una pareja, que se
acababa de casar, escuchó un par de corridos de difícil audición- y eso
que yo estaba a cinco metros de los cantantes ataviados con sus
sombreros- de tamaño parasol.
Digo yo que el organizador de la
recepción a la salida del templo era aficionado a la música vocal,
porque tres metros más abajo de los mariachis un coro vestido de negro
se organizaba para cantar y era difícil oírlos.
Nos desplazamos por el
centro de la plaza de la “libertad”, que es como yo la voy a llamar
desde ahora, hasta mirar a un numeroso grupo de palestinos- hombres ,
mujeres y niños que bajo el lema de “40 años de aislamiento de Gaza”
invocaban la resistencia y yo que he leído mucha novela de espía en
plan Le Carré, le comenté a mi amiga: “seguro que esa joven con la
cámara, vestida con el atuendo propio de los árabes, está grabando y
esta noche o ahora mismo el Mosad lo tiene en su poder y ahí estamos
nosotros”.
Así que nos dimos la vuelta hasta tropezar en el centro de
la Plaza. junto a la fuente. con un grupo de chicas vestidas iguales
que acompañadas de unos músicos celebraban una despedida de soltera y
unos japoneses hacían fotos y uno de ellos más lanzado se hacía una
foto con el grupo que empezó a cantar y bailar para él. Es Valencia.