MÁS SOBRE CALANDA Y ESCUCHA
Hace unos días, impresionado por datos recogidos para una nueva novela mía (aprovecho para repetirlo) que tiene como paisaje de fondo un parte del Bajo Aragón, escribí unas larguísimas columnas y aun así y todo no terminé de explicar algunas cosas de esas que dices” se me ha quedad en el tintero”.
Menos mal que el director de este diario y de la sección es piadoso y tolerante con la extensión.! ¡Loado sea el Señor!
Digo esto porque cuando devienes en escritor desde el periodismo o/y la publicidad o la enseñanza, mi caso, pareces sentir la necesidad vocacional de darle la lata al respetable lector a base de “colocarle o endilgarle” textos que pueden importarle una higa.
Dicho esto, y descargada la conciencia, digo que compré aceite, melocotones y cebollas blancas grandes, enormes y a un precio entre 6 y 8 veces menor que aquí en el mercado más barato y me dije: ¿Y si viniera con una camioneta y en plan top manta alimenticio me pusiera en la acera de la plaza de toros, o en la calle Ribera o en las calles del super centro a venderlas?
¿Me perseguirían al no ser persona de color (antes negro)?
Creo que estoy desbarrando y es que no he tomado casi nada.
Me falta un armorsaret (esa costumbre que tan bien defiende el compañero Paco Alonso).
Ya he vuelto de “hacerme un atún con olivas” y una cañita. Estoy mejor. Gracias. Muy amables. Sigamos
Decido irme a Escucha un poco más abajo de Ultrillas, viniendo de Calanda a Teruel; -por cierto, las llamadas tropas nacionales fueron rechazadas por los mineros en su momento-supongo que al ser gente esforzada, fuerte y dinamitera dieron la talla.
He quedado con los que enseñan la mina a verla. Con mi entrada en la mano y acompañado de una guía, de voz importante e hija y nuera de mineros, y otros visitantes me apresto a abrocharme un cinturón que sujeta una teórica ración de agua y un avisador- te lo ponen para emular lo que llevaban en su día los auténticos mineros ( me cambian el equipo porque mi barriga es más abultada que la de los mineros de entonces y me dan otro equipo más ancho; salgo de la vergüenza con una broma sobre lo que cuesta hoy el kilo de tripa de más) El personal se ríe bajo un casco blanco con linterna adosada y a mi la guía, visto el percal, decide quitármelo todo y me deja solo el casco como a los niños y yo respiro y agradezco con una sonrisa tímida y culpable.
Nos suben a una vagoneta con asientos. Lo hacen en la boca mina de la denominada “Ya se verá” (nombre real que procede de las respuestas de la viuda propietaria en su día que al sentirse presionada por los que querían explotarla (a ella y a la mina) diciendo que allí había diamantes y no sé cuántas cosas más, ella contestaba siempre “ya se verá” y de ahí el nombre de la explotación minera. Nos prohíben hacer fotos en el interior.
Bajamos una pendiente que a mi me parece la que suben y luego bajan en los lagos de Covadonga los ciclistas. Nos explica la guía lo del entibado (apuntalar con madera en forma de arco las paredes de los túneles) que el Ayuntamiento- actual, propietario de la mina agotada, ha entibado con hierro sobre la madera original por un “per si acas” digo yo).
Aquí me acuerdo de mi amigo Ángel a la sazón ingeniero de minas, al que nunca le he preguntado si había ejercido como tal en la mina real, abajo o se dedicó a otros trabajos para los que la ingeniería habilita. Mañana le llamo.
Llegamos al final de ese pozo de unos 69 metros de profundidad y hacemos un recorrido a pie sobre un terreno irregular- donde yo trastabillo diciéndome que me falta flexibilidad y me sobra edad, ambas cosas ciertas.
Vemos maniquíes de tamaño real, vestidos con sus monos de faena que tratan de reproducir los diferentes oficios de dinamitero, picador (me acuerdo de Víctor Manuel y su abuelo picador y la verdad que a la vista de esto no me extraña que le dedicara una canción)
La guía me ha adoptado y me sugiere que me siente sobre una especie de baúl metálico a la espera el grupo suba unas empinadas escaleras y regrese un poco más adelante. la joven guía de 54 años y dos hijos, me rescata y pasamos entre un carro y un facsímil a tamaño natural de una mula.
Con esto de la mula termino (por ahora).
Usaban la mula para acarrear mineral por el interior de la mina y como no iban a subir cada vez a la mula hasta la boca mina una vez acabado el turno, las mulas vivían hasta su muerte allí abajo y se quedan prácticamente ciegas, pero no tontas.
Se guiaban por la pata delantera derecha que ponían al lado del rail para ver si iban bien y solo se ponían en marcha cuando su oído captaba que el número de vagonetas enganchadas para arrastrar era dos; si algún minero espabilado, un listo que se llama, le ponía una más de las dos la mula se quedaba quieta y no arrancaba. Terca en sus derechos mulasindicales. Próximamente contaré más. No hace falta que pongan el programa Viajar en la TV. Aquí estoy yo. Ahora veré si hay algún “guapo/” que se traga las 918 palabras de este texto.