Lo cotidiano
Pongo en minúscula el titular porque lo que acontece cada día en nuestras vidas es minúsculo en general y MAYÚSCULO en particular. Parece una paradoja.
Es decir que cuando se muere alguien de nuestro alrededor, o por no hacerlo tan trágico, a alguien le duele el estómago, encontramos fácilmente una respuesta en torno a que no tiene importancia o un “ya se sabe que fulano come mucho y eso se paga” o cosas parecidas; pero cuando el dolor nos invade a nosotros, tendemos, en general (yo ya sé que usted no es así, pero hay otros que exageran) a multiplicar el dolor y de estas formas entramos en una fase regresiva y damos pie al mimo, una necesidad orgánica de todo ser humano, para granjearnos la complicidad del otro.
Digo que deseo hablar de lo cotidiano por entender que lo que está pasando en materia política y la evidencia de la búsqueda del sillón o el deseo irrefrenable de tomar una tarta del poder en Madrid, en Barcelona, en Valencia y por doquier ,sobrepasa lo cotidiano y alcanza la cima de lo sobrenatural y a esos los hemos elegidos nosotros-. Cada uno al que mejor le parecía – y eso es lo que hay.
Ajo y agua.
Por eso me dedico a comentar lo que a mi me pasa que no puede ser más cotidiano e incluso vulgar, para algunos lectores. He dejado la Universidad para otros compañeros y me refugio en el día a día.
Ayer se me estropeó la maquina eléctrica de afeitar y solo, por cierto, me habría tocado suavemente la barba esa maquina no más allá de 20 veces. Mesar la barba decía El Cid.
Fui a ver que pasaba y me explicaron, en una de esas pequeñas tiendas, de las que quedan pocas, que la cosa no tenía arreglo porque esa maquina en concreto no tenía despiece y por tanto lo único que servía era el cabezal.
Entré en situación interna volcánica mediante la pronunciación interna de un “collons” coloquial y me acordé, además de la madre, pobrecita, del fabricante, de un amigo conocedor del mundo norteamericano.
Este amigo me dijo un día que aquellos fabricaban relojes, por ejemplo, y cuando se estropeaban lo mejor era tirarlos porque no había nadie que los repárese.
Antes había visto entre mis cajones del baño unas maquinillas desechables que deseché y ¡oh! ¡ostras! me encontré´ con un equipo de afeitado completo de los de navaja y adminiculo para sacarle filo, navaja que estaba un poco oxidada.
-Lo compré una temporada en la que había visto algunas películas de Clint Eastwood y oído a Morricone y yo quería hacer como él, como Clint, – lo intenté, pero no se me daba bien la postura y la inclinación del filo de la navaja y entré en modo “canguelo” y hasta hoy.
Luego de pensar tuve un flash y me acordé de Jesús, el peluquero del que ya he hablado en otra ocasión, y me pregunté si sabría afeitar. Fui y se lo pregunté. Afirmó que por supuesto y me contó que él había aprendido estas artes cuando era pequeño y todavía había aprendices, que ya no hay casi…y se nota.
De hecho, creo que me dijo, que era el primer o segundo afeitado del año. Y al tiempo de hablar y a preguntas mías, una necesidad profesional, me relató que en la barbería de su maestro le mandaban a comprar una garrafita de aguardiente que pagaban entre los que allí se reunían en una especie de
tertulia y se pasaban la copita, él dice de plata, yo digo de estaño (hay que contar que era pequeño y cualquier cosa de color plateado podría parecerle de plata). Era en el Bonillo- muy buenos quesos, por cierto,-donde se desarrolla esa cotidiana historia.
Ahora vuelve de vez en cuando, compra quesos y supongo que con su mujer o hijos recordará con nostalgia aquel tiempo en el que empezaba una profesión, el tiempo en el que aprendió a afeitar y cortar el pelo. Más normal y cotidiano no puede ser.
Me dio dos pasadas y la barba quedó liquidada y como tengo la piel sensible le dije: ¿Me va usted a poner una toallita caliente como antaño se hacía? Estaba previsto, me contestó.
Quedé bien rasurado y todavía le dije: nos queda como antes limpiar los zapatos.
En las barberías de cierto postín había un limpiabotas y se decía de ellos que muchos se ganaban un sobresueldo por ser colaboradores de la policía, confidentes en un argot o directamente chivatos. La gente se olvidaba de aquel que tenían a los pies y se daban al empleo indiscriminado de la “sin hueso”.
Ahora han proliferado franquicias de barberos o peluqueros que no sé si es lo mismo y me temo que el arte de afeitar se ha perdido.
Me he comido el doble de espacio de lo habitual y eso me da, por lo menos para dos días. Lo siento, pero había que contarlo. Buenas tardes o buenos días e incluso buenas noches, según.