DIARIO DE UN ENCIERRO (8)
Nos han “sugerido” 15 días más de confinamiento. Bien. Creo que luego vendrán más lotes de 15 días. Los que sobrevivan (espero estar en ese grupo) podrán irse a la playa con la idea de bañarse y limpiarse.
Se cumplirá la nostalgia de esta…e iremos más pobres y dirán que todo ha sido por nuestro bien y “el amado líder” verá recompensada su égida con la mayor de las confianzas y con la mayor subida de impuestos, que se considerarán necesarios para recuperar nuestra economía, que partirá de un casi caso de postguerra pasada.
Yo he sido lector de Cartas de Tarot en veranos de concurrencia amistosa, libando vino y cerveza y lo hacía, por cierto, con bastante credibilidad y ya he contado o quizá no- me flaquea la memoria y no es por el confinamiento sino por mi condición de senior, un caso en el que vaticine un constipado en un mes de Julio a una familia amiga,.
En efecto se produjo y me arriesgue hasta dar la cifra de gasto en farmacia. Un loco del tarot yo.
Pasadas las vacaciones y confirmado que el vaticinio se había cumplido me reclamaron la diferencia en pesetas entre el Gasto predicho y la realidad. Todo fue de mucha risa. Y risa es lo que hace falta ahora.
He mirado el saco de reservas de risa y tengo poco. ¿Qué hacer? Seguir con la nostalgia y los recuerdos.
Habiéndome calificado como aprendiz de contrabandista y siendo retirado por mi madre de tan nutritiva profesión, no lo hice sin haber visto el como, para evitar aquellos puestos de control municipal y sus agentes consumeros, el personal que venía por lo que entonces se llamaba ·”el trenet” de Liria y otros lugares, antes de llegar a la estación y a la altura de la calle Sagunto, tiraban una serie de bultos por las ventanillas; los bultos eran recogidos por propios de los que tiraban.
Todo esto se hacía a la luz del día y nadie decía nada y se daba por bueno. Algunos prosperaron.
Por cierto, que en mi actual disciplina como escritor siempre tengo pendiente desde hace años escribir un libro sobre algunas fortunas hechas al calor de la posguerra.
Se quedará en el baúl de los deseos.
Mientras escribo esto, de repente me viene a la memoria una situación enmarcada en la época.
La leche que compraba mi madre y otras madres, venía de una vaquería que teníamos cerca de la calle Alboraya , en la calle de hermoso nombre “La vuelta del ruiseñor” a espaldas del actual Museo San Pio V o como se llame ahora que como todo cambia…aquella leche generaba una nata increíble de blanco amarillo y de espeso significativo tras cocerla.
Los niños jugábamos en el amplio espacio de Mudanzas Signes que estaba junto al Museo. La calle era fácil para los niños entonces.
Sigo con la leche
El que esto suscribe, o sea yo, era el encargado por mi madre de llevar la leche de la cocina al comedor y todavía resuena en mis oídos lo que, en ese tráfico lechoso, me decía mi madre. “Carlitos trae la leche y ven cantando” .Ella sabía que yo le metía mano a la nata y digo aquí que desarrollé una singular capacidad de tomar nata y cantar al mismo tiempo.
Son cosas que se aprenden cuando la necesidad aprieta.
Esto del encierro me sirve a mi para profundizar en mi infancia y algunos acontecimientos que me han servido luego y recomiendo que los lectores- suponiendo que los haya- hagan lo mismo y si tienen nietos a mano o en algún caso hijos mayores pueden probar a contar estas cosas que son eso que se llama, a veces, “las batallitas del abuelo”.
Ahora no hay nata como aquella, ni embutido como el de Tavernes, todo se resuelve con la tecnología como apoyo. Se ha perdido el parche “sor Virginia” para poner en el pecho y descargar la tos, o lavarse el pelo con vinagre que lo dejaba muy fino.
Algunos se reirán. “¡Ojo, al dato! Hermanos pandémicos, que la economía tiene mala pinta y habrá que entrenarse en la austeridad.
Les deseo lo mejor en estas horas de un nuevo ciclo vital. Hasta mañana…a lo mejor. Me voy hace un “cafelito” que todavía queda.