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Carlos Pajuelo

Pajuelo: la chispa

DIARIO DE UN ENCIERRO (10)

DIARIO DE UN ENCIERRO (10)

Acabo de enterarme que sus señorías, por la vía del Congreso, nos han ofrecido una extensión del Estado de Alarma para nuestro beneficio, en la medida que se dice que el aislamiento contribuye a que no te contagien y a que no contagies.

Hay otras teorías que, como yo habito aquí, no pongo en duda y además no tengo ni idea de esto y creo que a medida que pasa el tiempo se me van cayendo los palos de mi sombrajo de creencias y voy teniendo, a medida que pasa el tiempo personal, cada día menos ideas fijas y me llevo menos disgustos al perder las anteriores y de esta forma evito los radicalismos que no llevan a ninguna parte, aunque algunos dicen que lleva a dos caminos : el fascismo y el comunismo que viene a ser otro fascio con otro nombre.

A lo mejor todo lo que digo es mentira, pero siempre lo puedo atribuir a los efectos del encierro o confinamiento.

Quizás esta sea una buena medida y también nos dicen, para alegrarnos y darnos eso que se ha dado en llamar una luz al final del túnel, de que el epicentro de este terremoto biológico se desplaza hacia USA.

Aquí hay mucha gente que le tiene manía a los americanos, no es mi caso porque yo tengo una amiga que tiene allí varias primas y yo mismo de tanto ver a Wood Allen ya me conozco Manhattan. (por cierto el Sr .Allen ha encontrado un editor que sustituye al que hasta ahora le venía editando y es que debe ser que en América, sin llegar a atar los perros con longanizas, debe ser más fácil encontrar editor, más que aquí.Que quieren ustedes que les diga.)

Dejo el medio político y me voy a mi encierro recordatorio de mundos pasados.

Pienso por un momento en los niños de ahora y en mi cuando yo era niño (voy camino de vuelta a ser otra vez niño porque me he sorprendido el otro día extasiado ante un arco iris o viendo volar a las gaviotas aprovechándose de las llamadas corrientes térmicas, que las hacen subir y bajar apenas con un golpe de sus alas y me sorprendo pensando en la posibilidad de volar

¿Cómo se verá desde ahí arriba a las gentes, además de pequeñas?

Me acuerdo de mi mismo corriendo por mi barrio y siendo el trompeta de una “banda” de niños casi adolescentes – yo tenía una trompeta que me habían dejado los Reyes y me pasaba parte del tiempo dando la tabarra trompetera en mi casa, hasta que mi madre o mi abuela me sugerían que me fuera con la música a otra parte., entonces no se sugería porque te tiraban directamente a la calle donde había menos peligro que ahora, Me iba con la trompeta a otra parte.

Me hice amigo del “huevero” ,llamado así porque era hijo de los dueños de la tienda donde el barrio compraba los huevos (más tarde supe que había familias que recibían en casa directamente de la tienda los citados huevos, una vez por semana y es que tenían más posibles).

Había a la sazón, años 49/50, mucho descampado, mucho solar y en uno cercano a mi casa, un descampado enorme, lleno de escombros, que antes fue el solar sobre el que había habido un convento. Bien

Allí el huevero y yo y otros nos constituimos en okupas del terreno y frente a nosotros otro grupo hacia lo mismo.

El juego infantil era tirarse piedras los unos a los otros y a esa actividad “inocente” le dimos el nombre de “arca” (desconozco porque).

Un día la tensión creció y se produjo un desafío para el fin de semana.

Nos enfrentamos y yo era el trompeta, como ya he dicho antes. Me duró poco la acción porque un miembro cariñoso del otro bando me clavó la trompeta en la garganta (digo yo si la voz gruesa que se me ha quedado y el carraspeo no serán fruto de aquel suceso “guerrero”).

Las madres que me lean, e incluso algún padre, pueden imaginarse el susto que se llevaron los míos que en volandas me llevaron a la Casa de Socorro del Museo (hoy desaparecidas) donde me “desengancharon” la trompeta que quedó apartada mediante una certera patada de mi padre al enterarse del suceso.

Yo era un viejo conocido del médico municipal porque no hacía demasiado tiempo mi madre me tuvo que llevar a que me curaran la mano derecha, porque me había explotado una tira de petardos que se ponían en unas pistolas que vendían para hacer ruido, como las de los vaqueros a los que idolatrábamos gracias al cine de fin de semana.

¿Era yo un travieso? Puede.

Luego he mejorado, o no, y he llegado a ser asesor de políticos y empresarios que no es poca cosa y acabado en la Universidad como profesor emérito que yo atribuyo a mis experiencias sociales de mi tierna y movida infancia y a algo más claro, como por ejemplo mi intensidad devoradora de libros.

Es la vida. Mis padres estarían orgullosos, o no, al saber que ya no toco la trompeta.

¿Les he contado el caso del trompetista hijo del peluquero? Lo haré otro día de encierro.

Era como muchos otros “un chico de barrio” que mire usted lo que son las cosas he devenido en contador de historias. Una especie de neorrealismo.

Voy a llamar a mi amigo Rafa Mari para que me hable del cine italiano o incluso de Berlanga al que, por cierto, tuve el placer y el honor de conocer…claro que esa es otra historia. Mañana más…a lo mejor.

 

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Por Carlos Pajuelo

Sobre el autor

Profesor emérito Universidad, escritor , publicitario y periodista. Bastante respetuoso con los otros. Noto la muy mayoría de edad física. Siempre me acuerdo de aquello de "las horas hieren y la última mata" y para aquel que trate de averiguar que significa esto ; cada uno que crea y piense lo que quiera


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