SER O NO SER
Parecía que el título de la columna podía llevar al que escribe o al que lo lee directamente a Dinamarca y a Hamlet, pero no es así. Leo en ABC la odisea de una señora llamada Esther Medinilla de 74 años que ha sido dada por muerta administrativamente, pese a gozar de una salud aparentemente buena.
O sea que camina, respira y realiza sus funciones esenciales para la vida. Por tanto, vive y por si acaso hubiera algún error se hace con un certificado médico que lo atestigua. Esther está viva. Da un paso más y el Registro Civil le da un certificado.
¿Por qué se hace hacer con esos dos documentos?
Porque de repente su tarjeta sanitaria se hace opaca en las farmacias, sus dineros procedentes de una pensión no contributiva se hacen aire a favor de la administración, porque deja de percibir su pensión.
Tras intentar aclarar su situación los guardias de seguridad de algunos organismos, siguiendo las instrucciones habituales de no dejar pasar a nadie sin cita previa, no permiten a Esther hablar con más funcionarios, pide una hoja de reclamaciones donde deja dicho lo que le ha pasado. Desatención, encogimiento de hombros, vaciado de cuenta bancaria a favor de la Seguridad Social.
Esta increíble historia, que he pasado a Facebook para general conocimiento, dice que ya está resuelta y la noticia da cuenta de cómo Esther espera- sin creérselo del todo que en enero se lo devuelvan todo y se regularice si situación.
Bien. He tenido que copiar parte importante de la noticia para llevar a su ánimo la idea de que el sistema es rígido y lo hacemos más con nuestro comportamiento de llevar al limite la normativa que nos hace inhumanos, ciegos y sordos a lo que dicen los demás.
Escondidos tras la férrea normativa nos convertimos, a veces, en guerreros inmutables- aunque luego en la calle te quites la mascarilla y compartas a menos de un metro una cerveza con otros con la boquita y naricita al aire.
Sin ser Esther, ayer me tropecé con una normativa y su guardadora. Muy simple. Llevo unos días con una rodilla doliente y tengo alguna dificultad para sentarme.
Estábamos- mi mujer y yo- en trance de cumplimentar unos datos para un seguro de móvil y la defensora de la normativa nos planteaba ampliar la cobertura (¡ojo! Se trataba de vendernos algo)
Y me rogó que me sentase y yo le dije, señalando con mi bastón a la silla, que no podía casi sentarme. Interrumpió su acción comercial y por encima de la separación de plástico transparente me informó, con autoridad bien ensayada, que la normativa impedía que nadie estuviera de pie; le volví a argumentar retirándome hasta los dos metros. Inútil.
La barrera de la normativa impedía a la vendedora dejarme estar ahí. Mi esposa que empezaba a intuir la tormenta argumental que se avecinaba tomó cartas en el enfrentamiento y resolvió el asunto, lo terminó haciendo el seguro y yo quedé cabizbajo
.
¿Hubiera sido mejor para la defensora de la normativa permitir un cambio, en vista del estado en el que me encontraba? Y eso con el objetivo de lograr más venta.
Dos casos. ¿Cuántos como estos se producen al día?
Está en nuestras manos hacer la vida del otro mejor y sin necesidad de pasarse las normas por el Arco de Triunfo darnos la satisfacción íntima de ser un poco solidarios.
Pronto tendremos que llevar con nosotros Un Código Penal, uno civil, una normativa al uso para consultas administrativas y una fe de vida y un DNI o un pasaporte, etc.
Hace años mantengo con Paula, la hija de mi amigo Javier un “conteo” de tarjetas homologadas como de identificación y crédito a ver quien tiene más. Ella gana. Es más precavida que yo. Tengo que dejar aquí el asunto porque me voy a sacar una fe de vida y me haré acompañar por dos testigos. Lo malo de los testigos es que me tendrán que acompañar siempre y eso cuesta un dinero que no tengo. Estoy atrapado.