LO RURAL La familia Pandiello, dueños de una explotación ganadera en una parroquia cercana a Pola de Siero (Asturias), ha visto cómo las autoridades les multaban por culpa de una de sus vacas, Carmina. En concreto, por sus mugidos. (FUENTE La Voz de Asturias) Desde la ciudad, un entorno existencial urbano cada día más hostil, se desprende en muchos de sus habitantes una especie de halo campestre que los adorna con un cierto sentimiento seráfico por considerar que el campo contiene los elementos de la felicidad. Creen que eso los alejará de la esclavitud del ruido, de los atascos de los patinetes y de los carriles bici valencianos, por ejemplo. Para probar esa ilusión muchos alquilan casas que suelen usar en los fines de semana y entablan conversaciones con las gentes del lugar para integrarse y asumen como graciosas algunas anécdotas que los del pueblo cuentan y exageran. Se van aficionando al lugar y creen que allí vivirán mejor que en los pisos de casas, que parecen nidos de abejas o de hormigas sin apenas conocer al vecino de rellano y allí mientras sufren los ruidos de motos, atascos sin fin y horas de traslado de casa al trabajo va encendiéndose dentro de su alma el recuerdo de “lo rural”. Una especie de vuelta al origen, un reencuentro con la naturaleza y desoyen consejos sobre lo duro que es no tener cobertura de internet, que el centro de salud esté a 20 kilómetros y que cuando quieren pan o dinero han de esperar al panadero con su furgoneta y al bus del banco, sí es que hay. Un día deciden hacer las maletas y con sus dos hijos pequeños desembarcan en el pueblo “no sé cuál de la Sierra”. Ese día hace frío y encienden la chimenea y él que no está habituado termina por llenar de humo el salón y hay risas. Se van a dormir y Carmina (la becerra que se ha quedado sin madre muge y muge, muge mucho y sí día tras día hasta que lo denuncian y la Guardia Civil toma cartas en el asunto y le caen al ganadero 300 pavos por el mugido que sobrepasa no sé cuántos decibelios. Nadie habla al forastero. ¿Qué harán? |
Supongamos que la pareja con dos o tres hijos |
fruto de un amor incondicional y proactivo, atraviesan un momento económico del llamado bienestar, un concepto político acuñado por los partidos para dar confianza al respetable y así empujarles con cariño y alevosía a endeudarse hasta las cejas dejándose la totalidad del salario conjunto-( ella, Celia, por ejemplo, está realizándose como empleada en un tienda de moda como encargada y hace más horas que los serenos en Madrid cuando había y siempre con un “ya va” en la garganta, Celia llegaba cada día noche reventada y él lo mismo).
Tenemos que hacer algo, decía ella, yo me ahogo y él lo corroboraba mientras deglutía un plato precocinado frente a la televisión, mientras cabeceaba.
Un fin de semana y sentados en los sillones de mimbre de la terraza de la casa rural alquilada, Celia le dijo a Casimiro :(un nombre que solo le gustaba porque era igual que el de un jugador de futbol del club de sus amores).
Casi cariño. ¿Te atreverías a venirnos al campo y dejar la maldita ciudad?
La idea se me había pasado por la cabeza, pero estamos muy justos.
Si, es cierto. – Los niños están para jugar y aquí se sentirán mejor y ya sabes lo que dijo el pediatra sobre la necesidad de que Ramiro, el pequeño, disfrute ese aire por el asma.
Es cierto. Yo pensaba en el mar por lo del yodo etc.
A mi me parece que el monte es más sano y aquí podría venir mi madre una temporada para ayudarnos.
No le demos más vueltas (esto lo digo yo, el que escribe la columna) Casimiro y Celia y sus tres hijos terminaron en el monte y la madre de ella se instaló con ellos porque estaba sola; hacia dos años que su marido se había ido, dicen, al cielo por un infarto que le dio mientras participaba en una maratón para gente mayor.
Todo el mundo le decía tienes que hacer ejercicio y dejar de leer tanto que se te va a hacer el cerebro agua, como al personaje del Quijote. A la segunda vuelta del maratón para mayores, él cayó a tierra y ya decían los de la ambulancia. “Joder como pesa este tío”
Nada. Pasaron los años y los que eran niños se hicieron mayores y no querían oír hablar del campo y la madre que lo parió y uno de ellos, Ramiro, que era intelectual, siempre repetía que el era como Unamuno que un día le llevaron, tras la insistencia de un tertuliano, a la Ciudad Universitaria de Madrid y dijo, más o menos, ¡Ah! Este es el campo y se volvió al café de su tertulia.
Esta cuasi ficción hace que tengamos en España billones de euros enterrados en cemento inútil.
¡Y los bancos cada día más ricos!