Anoche me visitó un amigo que tiene a la mujer muy enferma y se había podido ‘escapar’ de casa y vino, me dijo, a confesarse…
«Te has equivocado de lugar y persona. Nada más lejos de un cura que yo mismo». «Lo sé», contestó, «y por eso precisamente es por lo que vengo ¿Qué sabe un cura de la mujer de uno o de los sufrimientos de un matrimonio?», me lo dijo mirándome desafiante a la cara.
«No sé»-le dije- «Habrá de todo ¿No? Como en botica. Unos sabrán algo por lo que oyen o porque han tenido a alguien enfermo muy querido cerca y otros no sabrán nada». «Es posible. Pero prefiero hablar contigo. ¿Vale?». «Vale», contesté cercado por su decisión inapelable. «Tú dirás».
«No puedo más, no puedo verla sufrir y pensar que no hago nada. Necesito descansar».
«Cálmate. No sufre nada y sus quejas son problemas de respiración que surgen de la garganta pero dolor, dolor no siente. Te lo aseguro. Lo he visto en otras personas y te lo aseguro».
«¿Entonces de qué sirve el que esté a su lado, si está dormida, si no siente nada? ¡Estoy muy cansado!». «Sirve de todo. Háblale, léele, que se entera, y descansa. Tómate un día libre, sal, airéate, desconecta y volverás de nuevo a su lado con otro aire, con otro espíritu aunque su estado no haya cambiado…». «Es probable que esté así años. ¿No dicen que está en estado de coma?». «Sí». «Puede entonces que no despierte nunca o lo haga en un instante».
«¿Y si cuando lo hace no estoy?». «Te llamarán, siempre hay alguien que te llama. Descansa. Hazme caso. Tómate un descanso y hazme caso que te refresque el aire y si es del mar mejor».
«¿Del mar, por qué?». «No sé, como a mí me sienta tan bien…». «Sí. Me voy a ver el mar».
Debe estar descansando. No lo he vuelto a ver…
Buenos días.