Olvido y perdón (Columna de hoy en Las Provincias)
En estos días la agitación mediática se centra en torno a tres pilares informativos.
1.-Independencia de Cataluña a modo una inquietante cortina de humo de una consulta viciada de falta de diálogo y trufada de chulerías antagónicas con un telón de fondo que no es sino el fracaso de una gobernanza débil y plagada de fracasos de un pretendido estado de bienestar.
Un invento que se le ha ido de las manos a un Mas , en su huída hacia adelante con un escudero hábil , cual es el partido de Oriol. La semilla está sembrada. Veremos la cosecha.
2.- La realidad de un virus poco domeñable que siembra el pánico. El ébola lleva unos miles de muertos como muescas de un abandono de ciertas partes del mundo , resultantes de una política colonial de explotación material y dejadez estructural. La malaria y la tuberculosis generan miles de muertos al año y son casi desconocidas como noticia.
3.- Unas tarjetas opacas, de dinero negro , de dádivas para golfos de cuello blanco o tintado de social.
Sobre este tripartito noticioso vuelan ,como flechas interrogantes, posiciones de los afectados que se apresuran a pedir perdón como si una carta , una declaración a voz en cuello con acento de malhumor y frases hirientes que buscan culpables más allá de uno mismo , del desconocimiento , de la falta de formación , del error con tal de alejar la sospecha – cada vez más evidente- y proyectarla sobre el más débil.
Casi siempre .la culpa es del que ha muerto o está a punto de morir ( conductores de metro o tren de alta velocidad , la ayudante sanitaria Teresa) y nunca de quien manda. El perdón como única tabla de salvación, el perdón como coartada , el perdón que sustituye a la pena y al propósito de enmienda.
Y ahora surge como una oleada de desconcierto masivo la noticia de la posible prescripción del delito , que no está claro que parece que llegue a la consideración de delito fiscal.
Es evidente que el “ius puniendi”, el derecho que el Estado se atribuye para castigar la comisión de delitos, también tiene fecha límite y por tanto es lo que es.
Sobre todo esto queda la nube de la sospecha. A mí ,y a lo mejor a otros no nos queda más remedio que plantearnos la catadura moral de algunos de los que nos dirigen y a la pregunta de si esa “tropa” merece estar donde está y cómo vamos a pasarles factura al margen de si pierden o no las próximas elecciones.
¿No hay al menos alguna acción posible para recluir civilmente al olvido y a la imposibilidad in eternum de su participación en la sociedad? ¿Una especie de muerte civil?